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Todo comenzó, según recuerdo, una mañana de junio, el sol brillaba con más intensidad que nunca, ya el reloj mostraba que tarde se me había hecho, solo tuve tiempo para despedirme de mi madre y mi pequeña hermana, a quien por mi timidez llamaba solo en mi mente “Mi pequeña dama”, sin más preámbulos, salí corriendo de mi casa a la escuela, tan aprisa que olvidé empacar los cuadernos de aquel día.

El camino fue siempre monótono, para mí era solo una carrera de 15 minutos en donde solo pensaba en llegar a tiempo a la escuela, al llegar, era castigado como de costumbre por mi tardanza, convirtiendo el rito en burla de mis compañeros, no bastaba mi pulcritud y empeño en las tareas si siempre las dejaba en casa.

El tiempo en la escuela me era eterno día tras día, hasta la hora de salida, partía solo hasta mi casa, pues no tenía ningún amigo, regresaba a casa siempre cabizbajo, preocupado porque debía mostrar a mi madre una de las ciento de notas a las cuales ya debía estar acostumbrada.

Nunca me percaté de lo mucho que me perdía en aquel camino, pasaba siempre junto al mar y nunca me tomé la molestia de contemplar su belleza, su tranquilidad y su paz.

Al llegar a casa era recibido por la pregunta del día ¿Cómo le fue, lo castigaron hoy también?, y siempre tenía la misma respuesta, “No vuelve a pasar, mamá”. Después de comer mi madre solía revisar mis cuadernos y si encontraba una tarea me sentaba en el comedor sin derecho a levantarme hasta no terminar mis deberes, tomase el tiempo que tomara, luego debía ordenar mis cuadernos y el uniforme para el siguiente día, solía ser tan distraído que muchas veces guardaba los cuadernos equivocados.

Terminada esa actividad diaria, corría sin vacilar hacia la calle en busca de mis amigos, no antes sin ser cuestionado, ¿Ya terminó de organizar todas sus cosas, o debo hacerlo yo?, con cara de regañado y voz quebrantada respondía: “ya mamá, ya terminé” y salía a la calle.

Por suerte mis amigos, limitados a solo 2, siempre se encontraban en la calle a cualquier hora, jugábamos no sé cuantas cosas ni tampoco durante cuantas horas, solo sé nos pasaba el tiempo hasta que llegaba la noche, recuerdo muy bien que solo jugábamos en la calle ya que mis amigos tenían prohibido entrar a alguien en sus casas.

Pasaron así muchos años mientras crecía y me percataba de que me había convertido en un vago, y junto a mis amigos que no se quedaban atrás, éramos en un grupo de vagos.

En el colegio todo era igual, permanecía solo, sin amigos, sin que faltara el castigo del día, pasaba los años escolares con suplicas de mi madre hacia los maestros haciéndome prometer que no volvería a dar motivo para ser castigado.

Por fin al pasar al quinto grado fui cambiado de escuela, fue notoria mi timidez pues siempre me apartaba de todos y me limitaba a tratar de entender las clases que por cierto parecían dictadas en otro idioma, en esta escuela llegaba tarde pocas veces y pocas veces olvidaba mis cuadernos, el año pasó muy rápido y por primera vez pasé de grado sin la intervención de mi mamá, ¡no lo podía creer!

El sexto grado fue más considerado conmigo, pocos días después de haber empezado ya tenía amigo, me sentí tan bien con ellos que dedicaba las clases a hablar con ellos y a reír de todo, llegaba temprano todos los días pero los castigos estaban siempre presentes, esta vez por mi disciplina.

Comprendí que nunca había tenido “amigas” en la escuela porque no quise tenerlos, manejaba el ideal de todo niño a esa edad: “los niños no juegan con las niñas”, solo gastaba el tiempo con mis amigos de siempre.

Después de terminar el bachillerato empecé a estudiar psicología pensando que eso era lo más fácil del mundo, solo hablar por hablar, echar carreta y cobrar, que equivocado estaba, las horas de estudio eran interminables y al llegar las notas mi madre me decía: “¡vea!… usted si no cambia, ¿no?”, mire a su hermana, ella es una de las mejores ¿Y usted qué... ?, mire a ver que hace.

Nunca le preste atención al estudio, lo intente en ocasiones pero no era mi fuerte, con la edad llego el interés por las mujeres, por mi timidez y poca experiencia tratándolas termino siendo un desastre, a tal punto que me volvía un idiota con solo verlas, cada novia que conseguía me despachaba de una forma... que terminaba por odiarlas a todas ellas.

He llegado a un punto neutro en mi vida, no sé quien soy pero sé quien fui, paso el tiempo mirando atrás, tratando de aprender de lo que debí hacer en vez de lo que hice, apreciando las pequeñas cosas que te hacen ser quien eres. Mi hermana ahora es mejor que yo en todo, mi madre aún me despierta del mundo en el que vivo cada vez más distraído, quizá porque estoy pensando en algo, “quiero recuperar los sueños que he perdido, quiero una oportunidad de volver atrás y corregir todo lo que no hice bien, a veces siento que estoy viejo para aprender”.

Ahora no importa donde vaya, siempre me tomo un poco de tiempo para mirar alrededor y sacar el lado bueno de las cosas, dejando a un lado mis problemas, aprendiendo cada vez un poco más de lo que significar vivir, vivir la vida que he forjado a mi manera, a mi gusto, al alcance de mis capacidades.

Nunca es tarde para mirar atrás y aprender de nuestros errores, nunca es tarde para seguir soñando pero siempre será demasiado temprano para renunciar a luchar por lo que queremos, vivamos cada día como lo que es “Un presente”.

Texto agregado el 19-07-2015, y leído por 51 visitantes. (1 voto)


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