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Lo peor de Job Josué no era su nombre fatídicamente bíblico, sino sus ideas perversas sobre los gatos, a quienes consideraba emisarios de otras dimensiones que transitaban con resignación cuadrúpeda por el mundo de los hombres.

Uno lo escuchaba creyendo que se trataba de una broma bien articulada, pero luego su rostro adquiría matices de profeta al referirse a los ojos hendidos de los bichos, y no quedaba más remedio que oírlo con estupefacción, o de plano intuir una verdad más allá de la indigna comprensión convencional.

Conocí a Job Josué en una reunión donde despedíamos a nuestro amigo Ismael, quien estudiaría las esculturas de los soldados del Primer Emperador en China gracias a una beca. Yo no sabía de los delirios mentales de Job Josué, y sin embargo me perturbó su silueta de mandarín abnegado y la cara donde se antojaba adherir las barbas y pelo cano de un santoclós.

El tema de los gatos salió a colación a raíz de que la novia de Ismael llamada Sara María apareció a media reunión con un gato amodorrado entre los brazos, metida en una extravagante gabardina que nos recordó a los ángeles de Wenders.

Todavía me sorprende el pasmo sagrado que detuvo la risa espasmódica de Job Josué; hecho que atribuí a cierto sentimiento prohibido hacia la muchacha que se abrazaba de Ismael como si acudiese a una Intifada.

Pero bastaron unos minutos para que Job Josué aludiera a los ojos enigmáticos del gato de Sara María, que consideró dignos del felino blanco que ahuyentaba a la Momia Imhotep en el filme donde Brendan Fraser pulverizaba a monstruos deshilachados a mansalva.

No sé si la conversación de Job Josué me pareció abrumadora gracias al tequila que ya destilaban mis riñones, o por un toque de yerba previo que me compartió un tipo desaliñado como un Shagui sin Scooby. El caso fue que la alusión al animalillo hizo que Job Josué cambiara su aire desenfadado para convertirse en un heraldo de la diosa gata Bast.

No obstante, lo que aún se fija en mi memoria como sanguijuela no son las facciones exaltadas de Job Josué al revelarnos “la verdad”, sino la forma en que lo saludó una dama con un vestido como segunda piel, quien oyó sus argumentos apodícticos sobre los bichos luego de saludarlo con un beso tronado en el cachete.

No tardé en saber que la doncella llamada Perséfone era prima de Job Josué y defendía con entusiasmo las playas nudistas y el amor libre.


Cuando poco después Perséfone se mordía el labio al descubrirme tratando de indagar sobre su marca de sostén, el gato gordo de Sara María se desprendió con agilidad de los brazos amorosos y llegó hasta nosotros para describir un perfecto signo del Infinito parecido a un 8 horizontal, en cuyas concavidades cabalísticas fuimos insertados Perséfone y yo.

Así que minutos después me aproximé a la chica aquella que reía con delectación sobre las ocurrencias de Job Josué; y no lo hice por el magnetismo lúbrico de sus caderas, sino para aclarar el significado esotérico del signo del gato, que una vez cumplida su misión se adhirió a la pierna de Job Josué y le dirigió una mirada de complicidad.

Texto agregado el 18-07-2015, y leído por 373 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
03-02-2016 Ja ja ja, disculpa Gustavo, me reo tanto que no pude hacer un análisis "serio" del texto. Es una fiesta leerte. Cinco aullidos hilarantes Yar
23-12-2015 Las asociaciones que los asistentes a la reunión van haciendo respecto de lo que conversan y las miradas entre ellos parecen ir paralelas y divergir finalmente del misterio que plantea la narración; esto es muy sugerente y le queda bien al estigma de los animales en cuestión: ser todo misterio y apropiarse de los significados para nutrir esa vida distante que llevan. Saludos, quilapan-
08-12-2015 No había leído éste. Está lleno de vida, la plasticidad de las descripciones son magníficas. Siempre hay calidad en tus cuentos Gustavo. Un abrazo. umbrio
12-10-2015 Me ha gustado y no cabe duda que cuando la imaginación camina del brazo del buen escribir, nacen cuentos fantásticos. elpinero
17-09-2015 Los gatos son un pozo sin fondo, por lo enigmático. Yo tengo una en mi casa desde hace once años. Se ha pasado toda la vida enseñándome a comportarme como ella. Y yo, que insisto en ser humano, todavía no he aprendido a maullar. LorenzoGarrido
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