Aquí en el desierto la soledad se deja sentir, no me acompaña más que la arena y la luz del sol, de vez en cuando se aparece una persona y a veces caminando junto a mí. Caminan como si hubiera más gente alrededor, caminan como si esquivaran autos, cruzaran calles, esperaran semáforos en rojo y no sé qué es lo que ven, quizás la ilusión de un mundo que no es suyo.
Un día se me presentó un picaflor a mitad del recorrido de esa tarde, debía ir de duna a duna y el ave me acompañó. No era como otro picaflor que recordara pues tenía plumaje rojo en su cabeza y pálido en el resto. Yo le hable de aventuras y de algunas desventuras, le hablé de magia y la engañé con algunos trucos, con mis manos realicé encantos y produje un destello que sus pupilas iluminaron y hablamos también al respecto, pero ella me cambió el tema y como ave picaflor me habló de amor, tanto por flores como por paisajes y alguna que otra persona. Impensablemente le seguí la corriente y le pedí me dejara conocerla en su vuelo pero pudiera volar yo junto a ella. – Agáchate hasta ver tu mirada – le dije yo, - ¿y cómo haré eso? – El ave me respondió – Camina junto a mis pisadas –. Y sin pisar mis pisadas caminó junto a mí.
La soledad del desierto se hace más entretenida cuando hay alguien con quien apreciarla, sin dejar por supuesto de recorrer el camino que desde el principio decidí. En algún momento me cansé y me tiré a descansar y el ave picaflor me ofreció cargar conmigo. Orgulloso me resistí pero la posibilidad de seguir avanzando me convenció. Primero subí por sus piernas, agotado por el trayecto descansé en sus caderas y escalé hasta el ombligo. Luego subí más allá de un estrecho y me senté en los hombros. El viento de las lejanas montañas refrescaba mi mente hasta que llegamos al mar y el viento marino amenazó con botarme, y no cayéndome me afirmé de sus cabellos que me daban sombra para protegerme del calor del sol. Los viejos se burlan siempre por vivir ahora en las sombras de esos cabellos – ¿cómo planeas ver si no te acercas a la luz? – pues desde la oscuridad se ve mejor porque la luz me deja ciego. Ellos – “los encandilados” – no ven bien ni sus propias dunas y avanzan a tropezones, yo desde las sombras veo lo que hay en la luz y el sol no me ilumina con sus artimañas y pretensiones para dejarme ciego. Ellos me dicen luego - ¡el sol ya no te dará su calor!, ¿Qué pasará cuando tengas frío? – entonces yo sonrío hacia arriba miro hacia el frente y respondo alegremente – bueno, cuando tenga frío haré fuego en el vientre que me lleva siempre cuando cae la noche con la madera que llevo en mi espíritu – así ellos callan y yo prosigo en mi vigilia a vuelo de hombros.
La soledad del desierto siempre sigue siendo soledad y es solo mía y de nadie más, que no me engañe el picaflor, pero hay que admitir que cuando el picaflor se mueve hace que el aire vibre pudiendo sentir que la vida en sí, nada más, ya es un buen acompañante incluso sin vivir en paz.
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