Así era fácil ser feliz.
Nadie lo molestaba, nada le faltaba.
Lejos había quedado aquél tormento: nunca más tendría que soportar a esa sádica y estridente niña y su grupo de maquiavélicos cómplices.
Todavía retumbaba en su cabeza el escándalo, las risas, los gritos: "Ahora me toca a mí... dámelo!", y ese dolor insoportable en las orejas, en el rabo, en las patas.
Ni hablar de la celda: apenas si podía girar, el alimento, la viruta y sus excrementos eran una sola cosa.
Pero, para qué torturarse con esos recuerdos?
Ya eran cosa del pasado.
Su nuevo hogar era todo lo que él podía pedir: amplio, espacioso, limpio, alimento siempre fresco y variado, y, por sobre todas las cosas, silencio! ¡Cómo amaba el silencio!
Por eso se regocijaba pensando: "¡Así es fácil ser un conejo feliz!"
Pedro era la viva imagen de un hombre derrotado.
Siempre se quejó de su mala fortuna, sin reparar que la verdadera causa de su miserable realidad era haber tomado tantas decisiones equivocadas.
Y allí estaba.
Resentido.
Con todos y con todo.
Pero esa noche alguien allá arriba, le permitió unos instantes de morbosa venganza.
Desde que trabajaba de auxiliar de limpieza en la Facultad de Veterinaria, nunca había disfrutado tanto como cuando arrojó al horno crematorio aquel estúpido conejo muerto, que parecía sonreírle burlonamente... |