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Inicio / Cuenteros Locales / CHILICHILITA / Rosendo - Del libro Agua y Delirio

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Hoy está bueno el día. Tengo que sacar cuatro peces grandes, por lo menos.
La mañana despierta despacito los colores del río. El sol se atreve a trepar por los árboles, aquellos mismos donde trepaba Rosendo cuando era niño. Su cara brilla, igual que su corazón, al llegar a la costa. Alista el bote que lo espera, como todos los días, amarrado a un viejo tronco medio enterrado, y se interna en el río.
Ahí va Rosendo, alejándose de la maraña de juncos, con su dolor y su esperanza, con sus carnadas cargadas de optimismo. Él es río, es la queja de las corrientes, los camalotes bordando sus costas; es barro y agua, es sol. Él es espera.
Conseguir otro trabajo. En la fábrica de cocinas, como el compadre. Pero los están por echar a todos a la calle. O en el frigorífico. Hace tres años que no toman gente. Antes sí se pescaba bien; treinta, cuarenta o más en el día. Había que subir hasta el pueblo dos veces con la carga. Quedaba muerto, uno. Ahora… ahora se pesca sólo cuando abren las compuertas. No son tontos los peces, conocen la pared de cemento que corta el río y lo remontan hacia arriba. Bueno, ya abren ésta compuerta.
Remando se acerca con el bote hasta la corriente que fluye, y tira el espinel. Con él también van las antiguas esperanzas, de una vida de buena pesca. El espinel es el mismo; arreglado cien veces, claro. El río es casi su único amigo. Lo sabe escuchar. Desde el bote Rosendo le cuenta sus cosas, lo acompaña en la larga espera, y lo más importante, al final se va con algún pescado.
Los tiempos fueron cambiando. ¡Cuántos amigos tenía cuando bajaban todos al río! Cada uno desataba su bote. Entonces sí eran muchos. Eran muchos. Ahora queda él sólo. Sólo.
El sol ya alto, quema los antebrazos de Rosendo. Sus manos duras revisan una vez más el espinel. Poco saben de alegrías. Acomoda las carnadas y lo vuelve al río, que lo lleva corriente abajo. Cuando el sol cae en la costa de enfrente, él remonta al tranquito la barranca, con su pesca al hombro. El paso cansado rebota en la tierra caliente. En un claro entre los arbustos, divisa la casa de doña Concepción. Ve el movimiento de la cortina de una de las ventanas y casi sin querer escucha, con dolor, la voz de la vieja:
-Ahí viene ese Rosendo, con el pescado. Salí Casilda y dale unas monedas a ese infeliz. Mirá el trabajo que se toma por tan poco. Pobre.
Y Rosendo le entregó el pescado a cambio de unas moneditas. Un pensamiento le invadió el corazón cuando se encontró con los ojos de Casilda “qué muchacha tan triste, con una madre de tan cortos sentimientos”.
El vaivén de los dos últimos pescados le trajo desesperación. Pero él es fuerte, tiene que seguir. Encontrará algo pronto.
Al entrar al bar del Chulo, los clientes, al verlo, fruncieron la nariz.
-¡Ah, Rosendo! Pasá y dejalo atrás. ¿Éste lo pongo en la cuenta?- dijo el Chulo a viva voz.
-No, dámelo en ginebra- agregó Rosendo. La copa le quemó la garganta y ese gran cansancio que traía.
-Apurá Rosendo, que el pescado que te queda está echando olor y me espantás los parroquianos- dijo el Chulo.
Rosendo enfiló al tranco hacia el bajo, donde pocos se atreven a dar una vuelta, donde el barro se pega a la alpargata y los mosquitos al cuello. Allá, donde los ranchos son pobres y los chicos revolotean por todos lados como mariposas.
Pero hay un rancho en especial que le atrae. Es bajito. Para entrar hay que agachar la cabeza. En la puerta hay unos cuantos tachos con agua. Varios perros flacuchos salen a recibirlo; el alambrado está roto y por los agujeros entran y salen algunas gallinas, que pasean libremente por la callecita de tierra.
Como todos los días, lleva el último pescado hasta la casa de Ana. Ella tiene varios hijos. Poca comida. Muchos hombres y poco amor. Rosendo es el único que al final la ama. Todavía no se animó a decírselo. Tal vez hoy algo cambie…
Ella lo miró largamente, acomodó después el pescado sobre la mesa. Luego el silencio los rodeó en una comprensión de dulzura y gratitud. Con gran emoción, Rosendo pudo pronunciar unas pocas palabras:

“Hasta que vos quieras, acá tenés un amigo”.

https://www.youtube.com/watch?v=W3xj859GzGE

Texto agregado el 13-07-2015, y leído por 223 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
17-12-2015 Me encantó tu historia, mi querida!!! Muy hermosa. Te abrazo fuerte! MujerDiosa
12-10-2015 Y así, al psar del tiempo se conocen los que son verdaderos amigos: Rosendo y Ana. Interesante historia. za-lac-fay33
30-07-2015 Hermoso relato donde afloran sentimientos***** jordifont
15-07-2015 “…Y Rosendo le entregó el pescado a cambio de unas moneditas…“ Lindo, sentimental, real y con una redacción más prolija de las que te he conocido. Sentí tristeza porque asocié la historia con esa gente pobre de mi tierra tan amada que lucha de sol a sol para subsistir, pero siempre con las esperanzas intactas. Hermosos saberte amiga y… “Hasta que vos quieras, acá tenés una amiga”. Te quiero Chilita amada. Un abrazo pletórico de amor y ternura. Gran trabajo. SOFIAMA
13-07-2015 No se porque esta narración me situó en Esquina, Corrientes, tal vez por lo de las compuertas tendría que haber pensado en algo mas al norte. Un solo detalle, no se puede remontar un río hacia abajo (revisa esto) seroma
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