Tenerlo en mis manos y sentir su piel, con medidas perfectas formando una figura geométrica, me hace notar lo frágil y delgado que es, lo maravilloso e indispensable. Con su mirada dirigida hacia mi objetivo, y con su pie siempre en tierra, saltando y a veces bailando al compás de mi ritmo y de esa música que sólo él escucha; se deja llevar por mí, por mi mano, a veces lento y otras a una gran velocidad. Él simplemente confía.
Muchas veces a causa de mi desesperación o de ese mal movimiento que hago cometo errores. Sin embargo, él con su pequeña cabeza borra mi equivocación y me anima a seguir adelante. Y así lo hace siempre hasta que llega el momento en que noto que esa pequeña cabeza ha desaparecido, y lo único que me animo a hacer es trazar sobre ese nuevo error una línea horizontal. Y de nuevo la desesperación y la rabia aparecen cuando me doy cuenta que ese pie que antes llevaba mi ritmo ya no lo hace, ya las letras y las palabras no me parecen iguales, ahora las noto gruesas y no tan visibles. Pero… es que no había visto que ya su pie no es tan erguido ni puntiagudo como antes. Aun así, no me preocupo porque este pequeño problema lo soluciono inmediatamente. Y así, continua saltando y bailando como lo venía haciendo.
Para nadie es un secreto que los números, las palabras y hasta los dibujos lo piden a gritos. Es muy difícil imaginarse que ellos puedan existir sin antes ser formados por él. Por eso puedo decirte que estas palabras que estás leyendo, él las va escribiendo al compás del ritmo de mi mano.
Y así como en nosotros, en él también el tiempo pasa, y le llega el momento de despedirse de su mundo –mi mano-; y por lo general lo hace cuando logra una altura tal que a mi mano le es imposible sostenerlo, no por lo grande que esté, sino por esa pequeñez que ha alcanzado. Entonces, decido que es hora de guardarlo, tal vez para siempre, en ese cajón oscuro que con él se cerrará eternamente. Y cuando esa pequeñez va desapareciendo ante mis ojos, nunca llego a imaginarme que esto le pueda doler o lo pueda sentir; simplemente porque es un cuerpo sin vida, pues la que le hace falta se la da a mis palabras. |