Siguiendo la tradición.
Hace más de 20 años que vivo en Derqui e ignoraba que hubiera una bruja en la localidad. Pero una bruja… bruja, bruja. Me enteré ayer cuando un cólico renal me estaba matando. Me aplicaron una inyección endovenosa de Nero 40 y el médico que vino a verme, al ver que no calmaban los dolores me recetó Klosidol y me dejó un suero que goteaba lentamente a mi vena.
Los terribles dolores no atenuaron y doña Sofía, compadecida, me dijo que deberíamos ir a ver a la Lucita.
—¿Quién diablos es la Lucita? —le pregunté
—La Lucita es una sobrina lejana mía, hija de una de mis primas, que cura a los que no tenemos dinero para llamar a un médico y a los que ya no tienen esperanzas de curarse. Pero no hace visitas a domicilio. Deberemos ir a su casa
Llamó a un taxi (el chofer es otro sobrino de ella) y nos fuimos a la casa de la Lucita. Yo apenas podía con mi alma. Los dolores eran atroces y no podía evitar quejarme. A pesar de eso, reconocí enseguida el camino que pasa por detrás del cementerio y lleva al bosque donde dicen que aparecen espíritus de escritores y poetas, ya fallecidos. Lo conozco bien, pues lo he cruzado varias veces para ir al pueblo abandonado, siguiendo ideas peregrinas, azuzado por las grandes cantidades de buen whisky escocés, que bebía entonces. Incluso recuerdo y tengo bien presente las veces que hablé con Borges, con Shakespeare, con Neruda, con Gabriela Mistral, etc.
A veces pienso que solo fueron alucinaciones de mi cerebro atiborrado de alcohol y otras creo que todo eso ocurrió de verdad, porque lo tengo grabado en forma vívida en mi memoria.
La casa de la Lucita, mejor dicho el rancho donde vivía, estaba casi en la entrada del pueblo abandonado.
Me ayudó a bajar del auto, la buena de doña Sofía y me dijo que debería entrar solo a la casa. Ella me esperaría.
Ya estaba cayendo la tarde y negras sombras oscurecían la puerta del miserable rancho. No alcancé a golpear las manos para anunciarme, cuando la voz de una chiquilla me invitó a pasar. La puerta estaba entreabierta y empujándola suavemente entré en un pasillo largo y oscuro. La única luz que lo alumbraba era la que entraba por la puerta entornada.
Caminé apoyándome en las paredes del pasillo, sumergido en la oscuridad, hasta que mi mano derecha encontró un vacío. Parecía ser una entrada a una habitación. Había una puerta que mis manos torpes
notaron que era maciza y dura. A través de la puerta, la chiquilla me preguntó si yo venía solo.
—Sí, estoy sólo. Doña Sofía me espera en el taxi. Pero no veo nada, acá está muy oscuro.
—¡Quédese quieto y en silencio! Cuando yo abra la puerta, entre rápido.
Enseguida se escuchó el ruido característico de una cerradura que se destraba. Una, dos vueltas y luego un ruido de llaves y la chiquilla gritó:
—¡Te veo Satanás! ¡Vienes como un viejo enfermo, pero no me puedes engañar! Mi puerta tiene cuatro cerraduras y doble tranca. He tapado todos los agujeros con trapos de sotana de cura. He puesto tela de araña en los postigos y ahora tengo tapones de cera en los oídos para no oír lo que respondes a lo que te estoy diciendo. ¡Vete Satanás, vete!
Escuché el sonido de otra cerradura que se abría y la puerta se abrió y una mano helada cogió la mía y me hizo entrar de un tirón.
En el interior la oscuridad era absoluta. Tropecé con un bulto y la mujer me hizo sentar. Era una silla con asiento y respaldo de paja, tan comunes en el campo.
Me recorrió un escalofrío. ¿El dolor? Ya no me dolía nada. Me sentía un poco asustado, pero lo que más me molestaba era que podía estar haciendo el ridículo. Seguramente esto estaba todo preparado para engañar a la pobre gente inculta de los alrededores.
—¿No podría encender la luz? —le pregunté — Estoy un poco incómodo en la oscuridad.
—¡Yo vivo en la oscuridad! Y contra mi voluntad…— me dijo con un suspiro.
—Bueno, estoy aquí por recomendación de su tía, debido a que tengo un cólico renal y es muy doloroso…
—Ya lo sabía y aquí le tengo su remedio. ¡Bébalo de un trago!
Puso en mi mano una taza tibia (de latón, me imaginé porque estábamos completamente a oscuras). Apuré de un sorbo el líquido que contenía, de un sabor dulzón.
—Eso lo curará completamente. No tema —me dijo con su voz de niña
—Espero que así sea —le contesté, levantándome `para irme, pero me hizo sentar nuevamente.
—Debe quedarse sentado un momento. Hasta que le vengan los tres tiritones. Luego podrá irse…
Acostumbrado a entender la forma de hablar en el campo, comprendí que los tres tiritones, iban a ser tres estremecimientos o temblores del cuerpo. Estaba obligado a esperar y decidí aprovechar para entablar una conversación y sonsacarle algo interesante a la brujita, que me pudiera servir más adelante para escribir un cuento. Las ideas aparecen donde menos se esperan.
—¿Qué edad tiene, señorita? —le pregunté, tratando de dirigir mi voz hacia donde creí que estaba ella.
—¡Uff! Tengo muchos años. Creo que cerca de los 120 o algo más.
—¡Pero tiene una voz juvenil! No puedo creer que tenga tanta edad……
—Me quedan solamente cinco años para que venga mi sucesora y así continuar la tradición.
—¿Qué tradición es esa? —le pregunté confundido
—Es tradicional que en Derqui haya una curandera, méica o como quieran llamarnos. Yo vine aquí a los quince años.
Me mostré interesado y le seguí preguntando cosas de su vida. Lo que me contó una vez que hube ganado su confianza, con mi comprensión, interés y respeto, lo plasmé de la siguiente manera:
A los ocho años sus padres la hicieron abandonar el colegio. Ya sabía leer y le advirtieron que estaba predestinada a ayudar a la gente y debió irse a vivir un tiempo con su abuela y su bisabuela que aún vivía. Ellas le enseñaron todo respecto a las plantas, yuyos, hierbas y la naturaleza en general. Aprendió el poder de sanación de la hierbabuena, de la menta y de las miles de hierbas medicinales que existen. Supo como mezclarlas para curar las diferentes enfermedades, tanto del cuerpo como del alma. Aprendió a reverenciar al tilo por sus poderes tranquilizantes y al sauce por sus poderes calmantes del dolor de cabeza. Supo combinar las diversas hierbas para hacer el bien y también aprendió a mezclarlas para hacer el mal, aunque esto no lo hacía jamás. Aprendió a mantener a Satanás lejos de ella, para no perder los poderes de curación que tenía.
Por eso vivía en la oscuridad. Mantenía cerradas las ventanas y tapaba meticulosamente todas las hendijas por donde pudiera filtrarse algún rayo de luz. En realidad me dijo que ella había dejado de ver la luz desde que llegó a reemplazar a la anterior curandera.
—Ninguna curandera debe ver a Satanás, porque se le acabarían los poderes. Por eso yo soy ciega…
—Pero si eres ciega, no necesitas vivir en la oscuridad. Aunque haya luz, no podrías ver a Satanás— le dije
—No quiero que venga por aquí y me devuelva la vista. No debo recuperarla antes de tiempo. En cinco años vendrá una sucesora para ocupar mi lugar y yo deberé arrancarle los ojos y colocarlos en mis cuencas vacías. Entonces volveré a ver y ya no podrá hacer nada contra mí. Luego, el día que me muera, me iré directamente al Cielo a disfrutar de mi merecido descanso, en compañía de los ángeles y serafines y a la derecha de Nuestro Señor.
En ese momento sentí un escalofrío que recorrió mi cuerpo como un rayo y luego otro y otro más.
Ya me podía ir. Eran los tres tiritones que esperábamos.
No quiso aceptar ningún pago, pero me dijo que se daría por bien pagada, si le mandaba con doña Sofía, su tía, unos cuantos metros de tocuyo para hacerse unas sábanas.
Ya no me dolía nada. Seguramente la poción que me hizo beber la Lucita, estaba haciendo su efecto.
Doña Sofía y el taxista me miraban anhelando que yo les contara algo, pero no le diré nada a nadie. No me creerían, así que mejor lo escribo como un cuento. Total, ustedes queridos lectores, viven en la ciudad e ignoran todo lo que ocurre en el campo. Pero si algún día necesitan una curación que los médicos no puedan sanar, vayan a mi LdV, y nos ponemos de acuerdo para que los acompañe donde la Lucita. Aunque Uds. no lo crean.
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