Habían pasado seis largos años desde que mi lasciva pasión lograse hundir colmillo sobre alguna encantadora puerta trasera (calza bien el termino, puesto que justo se me cierran a mi usuálmente), mismos que cual condena me azotaban cada madrugada. Puede que exagere, dirá la gente, pero también, quienes han realizado dicha afirmación, no han pasado ni seis meses en celibato cuando ya pierden la cabeza, además, lejos de exagerar, viene bien a los seres sexuales tener su dosis de sabia, según sus gustos, curiosamente las posaderas ajenas, son de los "fetiches" más comunes en nuestra sociedad occidental.
Al fin después de su tiempo, me vi a mi misma dandole clases de inglés a una amiga, cuando de pronto después de un intercambio nervioso de palabras cuando me enteré, tenía a dos centimetros de mi cara, el melocotón más esponjoso del mundo, como dos piecitas de malvabiscos, a nivel de mi boca, y aunque fue efímero todo el asunto y muy lejano de cualquier calificativo de sexo coitocentrista, era al fin, las puertas del cielo a mi paladar. Claro está, mi suerte no es precisamente la más provechosa, y después de un par de segundos las clases volvieron a ser clases, eso sí, por dentro, mis costillas se volvieron caninos e inscisivos para morderme todas las entrañas, para morderme desde la lengua hasta el intestino grueso, y no terminar gritando "Me encanta tu culo".