LA VISITA
Está parada ahí, en la puerta. Me sonríe. Y el miedo se apodera de mí. Me tiende la mano, pero no me va a engañar. No será como esa vez que, al igual que ahora, me miraba sonriente, con su mano extendida, y que cuando yo extendí la mía ella entró en la habitación y se abalanzó sobre mí. Sus manos en mi garganta no me dejaban respirar y toda ella me oprimía el pecho con su peso. Luché un largo rato y al final conseguí liberarme y ella desapareció. Es por eso que trato de ignorarla, pero a veces me traiciona la soledad. Al ver su rostro amable me tienta el deseo de seguirla, entonces ella me atrapa, me oprime y luego desaparece dejándome exhausta y más sola que antes.
El silencio. Lo que me pone tensa es el silencio. Cuando quedo a solas con mis pensamientos y no puedo ordenarlos, cuando me encuentro con mis fantasmas o la realidad de estar marchita y vieja sin remedio. Cuando arañas, babosas y gusanos se arrastran por mi cuerpo. Es entonces cuando aparece mamá: me los saca de encima, me acuna y así logro dormirme.
¿Otra vez te orinaste en la cama? Ahora se lo cuento a todos a ver si así te da vergüenza. En realidad no me importa que lo cuente. Además, qué placentero es sentir el calor húmedo de las sábanas. Es más: lo hago a propósito. De mí sólo se acuerda cuando me hago pis. Sí, para retarme. Me tironea de aquí para allá y me zamarrea.
Angelita te voy a cambiar el pañal. A veeeer, a veeeer, ¡ya está! Claro ahora me trata bien porque llegó Rubén. Él siempre es bueno conmigo. Me acaricia, me besa y cuando lo hace todo mi cuerpo se estremece. ¡Cómo me gusta! Él no quiere que se lo cuente a nadie, es un secreto de los dos. Ahí viene, pero sigue de largo con su guardapolvo blanco. Yo lo llamo, él se da vuelta apurado y me dice hoy no puedo, te veo mañana mi amor.
Viejos aburridos y decrépitos, sin mañana, que no hacen mas que sus necesidades elementales: comer, ir de cuerpo… dormir cuando sus fantasmas se lo permiten, o hablar de su pasado cuando están en sintonía con los recuerdos. ¡Cómo los detesto, los odio!
Para evadirme agarro el crucigrama y cuando quiero tomar el lápiz, se me cae por el temblor de mis manos. Miro el libro, que trato de leer hace ya un tiempo, ése que empecinadamente guardo, engañándome pensando que recuperaré un poco de mi visión perdida, pero sabiendo que nunca más podré hacerlo. Y las lágrimas, silenciosas, recorren los surcos de mis arrugas…
…Y la noche. Y una vez mas el silencio…
¡Cómo deseo hacer el amor! ¡Lo deseo tanto, tanto! Sentir, una vez tan sólo, sólo una vez, la caricia tierna recorriendo mi cuerpo sin ninguna urgencia, la boca apasionada que me bese toda en la oscuridad recordando las sinuosidades de mis caminos jóvenes y una voz que me diga la frase mágica: te necesito.
Ahí está otra vez. Me llama. Me seduce su luz en medio de la penumbra de mi alma y ya no quiero luchar contra ella. Si al fin y al cabo, es la única para la cuál soy importante. Si es a la única a la cual pueden servirle los despojos de lo que fui. Si es a la única a quién puede importarle que yo esté viva…
Isabel Rodas, TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS |