Me acuerdo de usted, mucho, incluso más de lo que pudiese usted imaginar. Recuerdo su pelo, ese, el de su foto; su pelo que se confunde entre las ramas de los árboles. Recuerdo su esbelta figura que sobrevuela mis cielos cada día, recuerdo la delgadez de su cuerpo que se introduce en mis ojos a gritos y detiene mi respiración para abrirle paso a mis suspiros. Por el contrario, no recuerdo nada feo y mucho menos aburrido de su parte. Sí recuerdo su mano, perfecta para mí; con líneas ascendentes y descendentes por las que me atrevería a cruzar con tal de llegar a usted. La recuerdo en sus paseos a través de mis pensamientos, desde la primera vez que la conocí, y por supuesto, la recuerdo también en mis paseos por esos Aires cada vez que algo hacía que su mente me evocara.... La recuerdo como mi compañera en mis noches de insomnio, ese insomnio que ahora lleva su nombre tatuado en la piel; la compañera que acepté para pasear a través de las letras, de los sueños; la compañera que ha escuchado conmigo, no a Bach, pero sí a Iglesias y su "Sinitaivas" y a "Spinetta", con alas de celofán incluidas; esa que me acompañó a ver a la luna rojiza a través de ese nuevo "Canal interocéanico" pensado, escrito y creado por Benedetti, pero cruzado sólo por usted y por mí ese día; el día en que sus ojos y mis ojos se encontraron en la luna. No recuerdo barcos, pero sí avioncitos de papel botados hacia usted, aviones que le hablaban mis palabras más sentidas, avioncitos que la invitaban a conocer el Sol de medianoche; ¿los recuerda?