Yo solía ser muy positiva.
Siempre miraba el lado bueno de las cosas.
Miraba la vida con un positivismo casi infantil.
Pero luego pasaron cosas.
Y para no tener que sentir lo malo.
Y para no tener que estar triste.
Y para no tener que llorar.
Dejé de ver.
Dejé de observar.
Dejé de sentir.
Dejé de expresar.
Y me encerré en una falsa alegría.
Y ese llanto encerrado en mis entrañas buscó poco a poco una salida.
A través del dolor físico se manifestaba.
A través del dolor físico mi cuerpo gritaba.
Y yo vivía con ese dolor.
Aguantando.
Y seguía sonriendo.
Y abusaba de los analgésicos.
Y hacía como que todo estaba bien.
Y que aquí no ha pasado nada.
Fingía ser feliz.
Por que era lo que se esperaba de mi.
Hasta que la pena me ganó.
Y no pude más con ella.
La pena.
La rabia.
El hastío.
El aburrimiento.
Toda mis perspectiva cambió.
Y vi todo eso que no quería ver.
Y vi lo que llevaba en mi. Cargando por años con la decepción, el abandono, las heridas.
Y yo lo llevaba calladito conmigo, para que no hiciera ruido.
Pero ahora gritaba y no podía más que enfrentarlo.
Y no sabía como.
Y aún no lo sé.
pero al menos sé que tengo que hacerle frente, entender mi pasado, lo que no me gusta, aceptar lo que no puedo cambiar, defenderme de lo que me ataca, buscar mi espacio, mi bienestar. No siempre posponerme, no siempre obedecer. A veces gritas si es necesario.
Pero mi voz está callada y olvidó como gritar.
Pero mi voluntad doblegada olvidó como mantenerse.
Me queda mucho por recorrer y por aprender, pero al menos estoy bien encaminada.
Un paso a la vez.