El gran espejo de la señora Kuntz pasó frente a sus ojos; cargado torpemente por dos desabridos rubios, y ante los sollozos contenidos de su legítima dueña, la estrella de seis puntas trajo consigo la cruda sensación de la certeza.
Jamás obedeció orden alguna, y sin embargo se encontraba allí, rompiendo con un dolor contenido el último de sus esquemas. Ya casi anochecía, y el invierno era cómplice en el acto del desprecio, en el juego del poder.
Los niños resentían el frío. Los murmullos sólo contribuían a enviciar aún más el aire. Magullando así los pulmones y el alma.
Trató de evadir el momento. Sus pupilas contemplaron el lustroso estuche de su viejo violín; regalo de su padre, y orgullo de su cimiente.
Por años, su familia ostento el privilegio del don interpretativo. Grandes escenarios elevaron el prestigio del clan al firmamento…ahora, en una estación abarrotada de miedos, la estrella perdía su brillo y se volvía real, tangible y extremadamente dolorosa.
El sonido del tren acercándose lo forzó a despertar. Abandonaba tristemente su pasado, una historia que perdía sin concesiones la batalla con la esperanza. Se obligó a mantener la calma, aun cuando ante la dura voz de aquel hombre, de negras vestimentas, sus reacciones delataban el horror que tras años por fin adquiría real juicio.
Recordó los rumores, las habladurías, y todas apuntaban a aquel momento. La voz lo abandonaba, el valor se perdía alrededor de la estrella de seis puntas. Y en ese miserable instante, su mente configuró la voz de su abuelo. Una frase, que cobraba un extraño sentido en el minuto, le ayudó a comprender la cruel sonrisa de aquel alemán, quién los apiñaba uno a uno como sucios perros en filas de odio y muerte.
Su abuelo era un hombre sabio. Una vez más se sumergió en el pasado, pero en esa oportunidad con la convicción de que su accionar era la última bandera de rebeldía.
El cumpleaños de su hermana, aquella gran celebración, trajo consigo la respuesta. La estrella de David, de oro y diamantes, una joya sin mayor trascendencia, fortaleció en él la idea de que debía sobrevivir…
(…)Y así mientras subía al tren, entre las lágrimas de la señora Kurtz, y el sufrimiento de la pequeña Ruth, repitió una y otra vez su verdad- “solo los símbolos demuestran el verdadero sentido de la existencia”-.
La estrella de seis puntas protegería su corazón ante el odio y el temor; la estrella de seis puntas lo ayudaría a recordar el poder de su existencia….
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