Era una noche como todas las noches que había visto en esa estación del año durante mi vida, había sido un día como todos los demás vividos en la semana, era todo igual, el mismo sitio, el mismo clima, la misma casita de adobe construida por mi abuelo, mi guarida estaba donde siempre, arriba del inmenso roble tras la casa grande, aun el gorrión tenía su nido ahí, todavía aparecían unos que otros caracoles con la llegada del sol, todo parecía se igual que muchos otros veranos, la nana en la cocina el hombre cuidando las tierras, hasta el perro dormía en la misma casa de madera cubierta con barniz marino, todo debió ser igual, yo no tendría por qué haber llorado aquella noche, era tonto no debía ser, después de todo en otras vacaciones, yo llegaba, saludaba y subía a la vieja guarida, bajando sólo a comer y no veía ni compartía mucho con mi abuela, pero aun así aquella noche lloré, lloré como nunca antes había llorado, lo que era peor, el abuelo también lloró, y la casa se sentía como un inmenso cuarto solitario, sin música, ni alegría, todos estaban tristes por la abuela, su partida de hacía ya dos meses, seria el causante de la tristeza que invadió a esa humilde casita de adobe, ubicada al sur de la ciudad, en donde atrás había un enorme y hermoso árbol, que sin saberlo me había quitado los últimos momentos que pude compartir con mi abuela, y lloré, lloré como nunca, y lo que es peor ¡el abuelo también lloró!... |