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En el piso más alto de la torre más alta en la ciudad de Norilsk o paisaje similar, Andreina observa la calle abrigada por una alfombra blanca que cubre todo y ese horizonte lejano que se hunde en la contaminación por donde el sol se esconde.

Nunca quiere bajar por la escalera de los escalones incontables, volver a subirlos sería para ella vivir mil inviernos. Anhela que regresen sus padres y no se anima a ir a buscarlos, es fuerte su convencimiento de que regresaran y se llena de paciencia con la mirada celeste hacia las nubes piensa que vendrán como aves volando por el frío cielo. Se fueron caminando una noche blanca y nunca le explicaron la razón. Los dragones y hadas sobrevuelan la torre cuando el aburrimiento se presenta y no quiere jugar a las cartas. De vez en cuando un pequeño dragón se acerca y ella le habla, su cara le infunde ternura.

Acaricia sus escamas y su áspera cola, y el dragón naranja vuelve a volar y sobrevolar la torre con sus alas livianas. Las hadas que sueltan polen luminoso y usan varita mágica son juguetonas y alegres, tienen ojitos achinados y hablan rápido, se comunican entre ellas con un idioma propio, se tiran con copitos de nieve y escuchan las voces de los insectos.

Porque sus padres se fueron y ella los espera, paso a paso el temor de haber sido abandonada evolucionó en esperanza, y el extrañarlos la volvió melancólica, y tejía bufandas y prendas de lana cuando los días eran un castigo inmerecido del cual se creía inocente.

Esa tarea de supervivencia invitó a la fantasía a tomar el té y la convenció de que traiga a sus dragones y hadas, y así ella no sintió estar más sola que soledad. Como fantasía es bondadosa, trajo también a sus amigos duendes y conejos.

Ese manantial frío de agua escondida convive perfectamente con el fuego de los dragones y las luces apagadas de la ciudad. Si sus padres regresaran sus noches serían más cálidas. Y como ellos regresarán le dice esperanza, ella no pierde la calma y no sale a buscarlos.

Ya mucho espera tras días de oscuridad y es hora de sentarse un rato más sobre un tronco de árbol que le sirve de asiento, para seguir esperando cuando la paciencia como virtud la consuela ofreciéndole un pañuelo. Sus ojos celestes y fríos parecen haber nacido ideales en el mejor paisaje de desolación y frío extremo que pudieron concebir, como los ojos que esperan a sus padres, los únicos dos padres que tienen dos hijos ojos, y dos padres que los aman. Los hermanos ojos abandonados sentían como ella el abandono y tampoco sabían porque sus padres un día se fueron y aún no regresaban.

Existe el motivo de ir a buscar alimentos que siguiendo la estrella encontrarán suministros y los traerán a la torre, a ella no le contaron de su odisea, y seguía mirando por la ventana los colores saltarines y formas extrañas desde lo más alto de la torre.

Una noche quiso bajar por la escalera de incontables escalones, cansada de la espera que no la conducía a ninguna parte, y la puerta le dijo que la única manera en que se abriría es desde afuera y cuando uno de sus padres la abra.

Andreina veía que sus padres ya habían llegado lejos buscando todo lo que necesitaban, y el camino que seguían no tenía letreros. Perdidos al deseo y voluntad del invierno sintieron en sus cuerpos un calor mágico. Ese desierto muy amarillo con sabor a limón amargo era una fortuita señal divina, un paso más desde el hambre hacia el apetito saciado. Podían intuirlo en sus almas inquietas cuando el cerebro así les ordenaba, sus pies seguían caminando y sus piernas protestando. Y el viento frío sopló caluroso, trayendo consigo aroma a sandía, y acariciando sus rostros que eran rocas impasibles con escarcha desprendiéndose.

Ya volviendo, seguían dejando huellas en la nieve, más lentos que una tortuga coja. Por alguna razón se olvidaron de su hija y su preocupación mayor ahora era sentirse abrigados. La implacable realidad les decía que no se dieran vencidos ni aún vencidos y pelearan con rayos láser contra los golpes del viento y diversas amenazas de la naturaleza. Saltaron una laguna seca y se acostaron a dormir envueltos en mantas que funcionaban térmicas con botones. Despertaron y cada vez que daban un paso veían conejos, algunos de seis patas, y ciervos clonados yendo a esconderse de las escopetas asesinas de los científicos locos, por obra de la divinidad el desierto muy amarillo con sabor a limón amargo ahora era un campo vivo y ese campo, una dulce amargura con vida floreciente y chillona, saciaban su sed.

Desde lo alto de la torre el anhelo de abrazar a sus padres otra vez no desaparecía, y la ciudad ya no era Norilsk ni un sitio similar. Veía una ciudad donde la fantasía se comió a la otra y la desplazó para volverse real y llamarse Fantasieve. En ese holograma, el calor vino a descongelar y el sol se sacudió la nieve del traje. El frío luchaba contra el calor a capa y espada, y este contra el frío más cruel que cabalgaba sobre el pasto que crecía rápido. Calor fusiló al frío no sin antes ser herido por la punta de su espada. Se sentaron a charlar sin matarse antes, y decidieron convivir en lo que ahora volvía a ser un desierto, de tonos verduzcos como un kiwi, en una torre rodeada de dragones y simpáticas haditas, en una ciudad amurallada, y cerca una catarata de agua silenciosa cuya agua emanaba colores ocres.

Sus padres regresaban chispeantes por la zona fría. Pensaban en que comprarían para comer, y que le llevarían a su hija que siendo las once de la noche, su estómago ya se quejaba porque sentía hambre, quedarse en un restaurante sería cruel.

Ella miraba el horizonte cada vez más cerca, con un vestido blanco largo, su cabellera negra larga y sus ojos celestes y su pálida piel rezaba a la divinidad por protección y quería que el clima sea su amigo menos frío, pero él moldeaba muñecos de nieve. La nieve pintaba la escena frente a sus pupilas dilatadas, su deseo de un fuego que derrita la nieve no se hacía realidad y derramó una lágrima que rodó por la ventana desde lo alto de la torre y se fundió caliente en la nevada orilla de la calle. Andreina, movía su cuerpo muy despacio y escuchaba a la luz que le daba un ritmo, bailaba con sus muñecas juntas, y subía y bajaba un hombro, y luego el otro, y movía sus caderas, y extendía sus brazos, con las piernas juntas y en puntas de pie, sobre el piso frío de la torre de añejas paredes empedradas, rodeada de hadas parlanchinas que se le colgaban del vestido. Se sentía engripada y seguía bailando, toda contaminación baja tus defensas en esa ciudad. Acostada en el suelo levantó sus brazos y con sus blancos dedos no llegaba al techo, ni siquiera sus uñas pintadas de negro tocaban a la telaraña más baja donde una araña no quería caerse. La risa que nunca la dejó sola y sus ganas de fantasear en su triste destino, encerrada en la habitación más alta, de la torre más alta, de la ciudad más alta, por sus padres malévolos, no podía salir a bailar.

Pizzas para llevar compraron en el árbol y tiraron una caja vacía en la nieve. La nieve se evaporó y aparecieron los árboles y plantas coloreados de un ligero verde. Los pájaros disfrutaban del sol con sus patitas en las ramas, y los ancianos salían a la calle como turba iracunda. El sol iluminaba más fuerte que de costumbre las minifaldas y las bicicletas, una suave brisa acariciaba los rostros iluminados, todos iban a trabajar y el sepia do de un tren con su chimenea humeante desaparecía en un túnel al pasado. Los buses conversaban con los coches en la gris ciudad de cemento. Esa jungla capitalista de fieras salvajes. Un día largo para todos que terminó cuando la luna gritó que ya era de noche.

Sus padres llegaron y Andreina que seguía abstraída en sus propios pensamientos, y con hambre miraba por la ventana, volvió del país de la fantasía y saltó de la silla cuando su padre le tocó el hombro, se puso en pie y lo abrazó con todas sus ganas, hizo lo mismo con su madre y grito: ¡Han vuelto!.

Texto agregado el 25-06-2015, y leído por 555 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
08-09-2015 Vaya forma de meterte en Andreina y ella en ti. Simbiosis, le llaman. Felicidades. sarnita
11-07-2015 Felicito la agilidad creativa y la calidad tan transmitible de las imágenes, sentí el crudo hielo, y luego el florecimiento del verdor y el sol dando vida a la ciudad de cemento. Las haditas y los dragones, mis preferidos. jdp
01-07-2015 Muy original y bien narrado, con las imágenes que debe transmitir. Me gusto. Felicitaciones. 5* dfabro
25-06-2015 Una excelente mezcla... Invierno
25-06-2015 La fantasía converge con la realidad en la visión de Andreina, es genial, y como lo narraste usando varias figuras retóricas mee encantó NatiMiau
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