Sacude el cubilete un azar de letras griegas,
las estrellas, mientras tanto, trepidan vulnerables
en la noche y solas, temen llegar tarde.
Más allá, solamente habita un sinfín de sonidos.
Saetas inesperadas descansan en la espera de un milagro,
agotadas de elevar sus ojos al cielo,
para sobrepasar cicatrices, cadenas y murallas.
Las nubes corren por su libertad, buscando un buen resguardo.
Las crónicas dirán que ha sido por Helena
que la agonía ingresó a Troya, la nueve veces nueve construida.
Hablarán de un mítico corcel,
y de un hombre, vulnerable solo en su talón.
Poco saben que el azar de los dados helenos, laceraron mucho antes
de París el corazón, y que el amor llevó al combate.
Sobrados siglos después, en otras tierras,
se prefirió hacer el amor y no la guerra.
Pero esto, no fue entendido aún.
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