Caminando por las riberas de un lago me asaltaron una serie de pensamientos. Lo cual me confirmó la nietzschiana idea que los mejores pensamientos nos visitan cuando estamos caminando.
El perfume del bosque circunstante y la brisa fresca que llegaba desde las aguas del lago, acariciaban mis pituitarias amarillas, mientras reflexionaba a cómo son diferentes las cosas que nos rodean a cómo nos ilusionamos que son. La tierra plana u ondulada por algunas colinas del horizonte, pero a mis sentidos físicos y a mi sentido común: perfectamente inmóvil y con los rayos del sol y las sombras de los árboles que se van moviendo. Pura ilusión me dice la física actual, pura realidad para mis abuelos de Cro-Magnon, de mis tíos Australopitecos.
Yo, hombre moderno, sé que toda la materia que me rodea está formada por átomos, neutrones, fotones y que existe un modelo stándard capaz de funcionar y explicar todas estas cosas, pero que llega solo hasta un punto, donde cerebros como un Dirac se quedan con el amargo en boca, porque la natura no entrega sus secretos más allá de ese 5% de materia visible, donde crece el imponente saber científico actual con su múltiples y potentes hipótesis, pero ninguna de las cuales funciona. El punto es que los astrónomos han identificado en torno a las galaxias un gigantesco halón de materia desconocida, oscura la han llamado, que revela su presencia por su fuerza gravitacional, con la cual atrae las estrellas y desvía la luz.
Esta monstruosa y misteriosa presencia es una maravilla aterradora o fascinante de la natura, según con el prisma que el hombre de la calle se forme una idea de estas cosas que están entre la Tierra y el Cielo, y donde no llega el modelo estándar y menos que nunca nuestra terráquea filosofía. Es decir, la materia oscura existe, se estima en un 25%, pero nadie la ha visto y no se tiene idea que cosas sea. Un día el hombre, es decir los científicos nos darán la respuesta, y abrirán nuevos he insondables misterios, como consecuencia inmediata del coger nuevos frutos del árbol del conocimiento.
Schelling, grande mente del idealismo alemán, pudo pensar, en su época, que el hombre representaba el vértice de la natura, el punto más alto donde la realidad toma concienza de sí misma. Hoy, hasta los monos se rascan la guata, cagados de la risa, mientras observan como se expanden las galaxias a velocidades vertiginosas sobre los invisibles caballos de otra fuerza aún más misteriosa: la energía oscura, estimada en un 70%.
En conclusión, las cosas no están como parecieran estar. Por suerte el poeta nos muestra la belleza de una gota de rocío sobre el pétalo de una violeta.