Esa noche no era un asunto de luna, sino de intimidad. Toda la suavidad de los muslos de la rubia Margarita entre los míos, después de haber hecho el amor con intensidad y pasión sin distancias. Calma, ternura, entrega.
Noche dedicada a los íntimos suspiros, a la brisa en el jardín, al tímido aquelarre del aire que circula, entre las hojas y los pétalos, diverso que en otros lugares, diverso que durante el día, donde es otra cosa que no está claro, donde no es el aire ni lo que mueve. Tal vez sea el rumor de la tierra que otros rumores habían escondido. Cómo poder explicar ese rumor, cuando de verdad se escucha la propia vida y todo parece callar. El rumor desde el jardín cabalgando desiertos y abismos. El amor que te hace olvidar de ser. El reposo de la noche y la espera del sol.
Cioran dice que quien no conoce la fórmula, siempre permanecerá al margen. Los errores y las paradojas se instalan en el aojo, en el hechizo de la casi eternidad de los valores. La dimensión folklórica del alma es despreciable.
Observar las abejas, para un apidólogo como yo, es una experiencia única. Las abejas hablan danzando. Lo demostró Karl von Frisch. Una maravilla de la natura.
Las abejas danzan cuando retornan de los perfumados campos embriagadas de polen y néctar, y esa danza comporta una gran variedad de figuras y ritmos. Danzan frente a las que deben partir, en fuga musical, por los periplos de la campiña en busca de los dulces tesoros que custodian las flores, y estas últimas danzan a su vez. Quizás dicen que han entendido hacia dónde deben dirigir su vibrante vuelo por las rutas de luz ultravioleta, los ángulos del sol, el magnetismo terrestre.
Según algunas observaciones de don Samuel, antes de abandonar tan agradable hipótesis, en su danza las abejas también cambian el zurrido de sus alas, pero la figura formada por la danza parecía no variar aparentemente como la tonalidad del zumbido. Quizás el zurrido no subrayaba la danza, sino el contrario: su variación.
El reposar cerca de un colmenar bañado de sol, y yo a la sombra de un aromo, este hecho me regalaba una voz interior en la que danzaban, vibraban y zumbaban consejos, instrucciones, y hasta intuiciones. Me embargaba una sensación más neta y aguda de mi propia identidad.
¿Aferrar las pequeñas cosas, significará alcanzar las más grandes, con el tiempo?
Protágoras, por algo y no por nada habrá dicho que nosotros somos la medida de todas las cosas. Me dijeron las abejas.
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