Un día un grupo de niños de la escuela básica fue a una galería de arte. El profesor explicó lo que iban a ver ahí y les dijo que todos estaban libres explorar a su gusto. Había pinturas, esculturas, obras de arte moderno y exposiciones de fotografía.

El maestro miró a los niños mientras recorrían la galería. Entonces quiso contarlos y notó que faltaba uno, Javier. Caminó tranquilamente por toda la galería y, finalmente lo vio a través de una ventana. El profesor salió y se acercó al niño que estaba sentado en el patio. Le preguntó por qué no estaba dentro de la galería de arte. Javier le explicó a su profesor que estaba haciendo lo que se les había pedido: observar el arte. “No hay nada que ver aquí”, dijo el maestro. El niño hizo un gesto de descontento y dijo que el árbol era su parte favorita de la galería de arte. El maestro respondió con severidad, explicó a Javier que se trataba de observar las muestras en la galería no las cosas en el patio. Javier respondió que el árbol era la cosa más hermosa que encontró. Entonces señaló las hojas con su diseño intrincado. Luego describió los diferentes tonos de color y la forma en que brillaban en la luz del sol y la brisa. Sintió el suave balanceo de las extremidades y el aroma fresco de la corteza y dijo, “es un hermoso diseño de Dios ¿quién más si no él pudo diseñar esta obra de arte y además darle vida?”. “Di lo que quieras –le señaló el maestro- pero no fue el tipo de obra de arte a la que vinimos a observar esta vez”.

Y ni Dios salvó a Javier de un 5 en su calificación.