El teniente Harold Keyton, perteneciente al quinto regimiento de cipayos, caminaba contemplando el aspecto que ofrecía la blacktown, la ciudad negra de Calcuta, en una noche de octubre de mil ochocientos veintinueve.
Había llegado a las cercanías de una pagoda en cuya parte superior en forma de cúpula dorada, un asta de hierro sostenía una serpiente con cabeza de mujer. El emblema de la diosa Kali, se dijo Keyton para sí. El oficial no ignoraba que la deidad tenía muchos secuaces en la ciudad y que formaba parte de los dioses sanguinarios a quienes se hacían sacrificios humanos como en tiempos del imperio Azteca lo había sido Huitzilopochi, el dios de la guerra. Al girar la cabeza hacia un costado, Keyton veía a un hombre con su torso desnudo, untado con aceite de coco y en cuyo pecho llevaba tatuada una serpiente con cabeza de mujer, el emblema de los Thugs, los sectarios de Kali. El fanático de la diosa arrojaba un lazo de seda negra pero, antes que se consumara el estrangulamiento Keyton asía fuertemente, con una de sus manos, a ese mensajero de la muerte evitando que cumpliera su cometido. Corrió rápidamente tras su agresor pero este se introdujo de prisa en la pagoda de los Thugs. El oficial se hizo cargo de la situación, comprendiendo que nada ganaría entrando en ese lugar de fanáticos, donde con seguridad habría de pasar un mal momento y decidió dar cuenta de lo sucedido a su superior.
El capitán de cipayos Edward Jamestown recibía a Keyton en su bungaló ya que, mas que considerarle un subalterno lo consideraba un amigo.
- ¿Qué os pasa Keyton, si mis ojos no me engañan me parece veros bastante preocupado?
- Efectivamente Edward, he sido objeto anoche de una emboscada por parte de los sectarios de la diosa Kali. Afortunadamente pude tomar el lazo con mi mano antes que llegara a estrangularme.
-¿Cuándo llegara el momento que terminemos con este mal que avergüenza a esta India milenaria y a las regiones aledañas porque también lo padecen Nepal y Bangladesh? Hemos llegado a este país con los adelantos de nuestra civilización y con la pretensión de europeizarlos aunque también debemos reconocer que los hindúes, a su manera, son el país mas religioso de la tierra. Pero los Thugs son fanáticos, idolatras y sanguinarios, a los que hay que dar un escarmiento definitivo, pero antes estimo conveniente que investiguemos sus actividades.
- No se me ocurre cual puede ser el modo.
- Recurriremos a la astucia. La sociedad hindú tiene cuatro órdenes sociales, los brahmanes o sacerdotes, los chatrias o guerreros, los vaisas o comerciantes y los sudras o trabajadores. Usted irá al templo de Kali disfrazado de vaisa y se pintará la piel para simular ser hindú.
En la noche del veinte de octubre, en camino hacia la pagoda, Keyton podía apreciar la diferencia entre las dos Calcuta, la capital de Bengala, en esa India que gemía bajo el yugo de sus compatriotas, y que, años mas tarde, en mil ochocientos cincuenta y siete con la insurrección de los cipayos, iba levantar por primera vez la bandera de la libertad. La ciudad blanca de Calcuta donde residían los ingleses con sus bungalós y sus templos anglicanos, fieles exponentes de la religión cristiana monoteísta, diametralmente opuesta a la idolatría ya que estaban totalmente desprovistos de imágenes. Sus prósperos comercios que formaban parte del preludio de esa época de esplendor que estaba próxima a comenzar en Inglaterra, el reinado de Victoria, contrastaban con los bazares de la blacktown. Igualmente las casas de los ingleses, fieles representantes de su moderna arquitectura hacían sentir su superioridad sobre las humildes casuchas de los hindúes.
Keyton había pasado en forma brusca y sin transición de las calles pavimentadas de la ciudad blanca a las calles fangosas y malolientes de la blacktown y finalmente llegó al templo de Kali con sus ornamentaciones con cabezas de elefantes en el exterior y con la estatua de Kali, en su interior. La deidad con sus cuatro brazos, su color azul y su lengua roja hacia afuera de manera sobresaliente era un fiel reflejo del arte hindú. Había llegado el momento del sacrificio en honor a la diosa Kali.
Un animal iba a ser ofrecido a la deidad, era una cobra de dos metros de longitud, la serpiente por excelencia de la India. En el introito de la ceremonia religiosa, los encantadores de serpientes hacían sonar sus flautas, los sacerdotes entonaban cánticos religiosos y las bayaderas, hermosas bailarinas, danzaban echando sus velos al aire recamados en oro y plata. Una de estas mujeres de larga cabellera negra, largas pestañas y cejas que semejaban dos pinceladas, produjo el embeleso de Keyton.
La cobra que había tenido múltiples contorsiones por el accionar de sus encantadores cayó en un estado de adormecimiento. Varios Thugs se acercaron para extraer el veneno de sus colmillos. Uno de los sacerdotes hizo entonces la invocación a la diosa:
-¡Oh amada Kali, tú que representas la libertad de la India y a quien amamos con todo nuestro corazón , tus fieles devotos te ofrecemos en sacrificio esta cobra. Esta serpiente llevaba en si la ponzoña. Es el veneno que trajeron nuestros opresores ingleses y que deseamos que se vuelva hacia ellos. Este animal que te ofrecemos en sacrificio ha sido despojado de su veneno, te pedimos amada diosa que nos ayudes a liberarnos de la ponzoña inglesa.
Los sacerdotes hundieron sus puñales en el cuerpo de la cobra. El sacerdote exclamó:
- La muerte de este animal retrasa en cincuenta años la llegada de Kali a la tierra.
La ceremonia religiosa se había terminado y Keyton se dirigió a una taberna para cenar. El tabernero le preguntó:
-¿Qué desea servirse, Sahib?
- Una taza de tuwak.
Para una grata sorpresa del oficial inglés la bayadera que había visto en el templo entró a la taberna. El inglés se dirigió a ella diciéndole:
-¿No desearía compartir mi mesa?
- Gracias por su gentileza, Sahib, es usted muy amable.
- ¿Que desea servirse?
- Un plato de cangi.
- Debo confesarle que he quedado deslumbrado por su belleza, ¿cuál es su nombre?
- Sarasvati, mis padres me lo pusieron en homenaje a la diosa de la sabiduría.
- Debo confesarle también que me he interesado por la filosofía oriental y esa es la razón por la que he asistido al templo y allí he podido contemplarla.
Mientras conversaban el fuego de una misma pasión los envolvía. Las tinieblas de la noche cedían el paso al alba, un alba dorada que auguraba a los enamorados un brillante porvenir. El amor, ese bello y sublime sentimiento, había triunfado sobre las bajas pasiones del odio y la venganza y Keyton había olvidado por completo la acechanza de la que había sido objeto por parte de los Thugs.
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