Esta noche yo te prometo, como si de una promesa a Di´s se tratara, que cuando vos te decidas a marchar, yo no me opondré a tu camino, no intentaré esclavizar tu alma, porque desde que la vida me dio el premio de conocerte yo me enamoré de tu libertad y de tus ojos bonitos.
Lo conoció cuando el destino se lo propuso, cuando la vida lo cruzó casi como un accidente afortunado, en el que hubo sólo unas cuantas gotitas de sangre, sólo suficientes para teñir del líquido vital el aliento de aquella señorita de labios vírgenes e imaginación de ramera.
Cuándo él la vio fueron notorios los cambios que su cuerpo no pudo ocultar. Las pupilas se le agrandaron aún más que por la simple causa de la obscuridad del lugar. El magnetismo era casi palpable, el perfume medio dulzón que ella usaba aquella noche fue suficiente para provocar la necesidad en él.
En una noche de fiesta casi todo se perdona, no fue tan complicado llegar a ella porque ella lo esperaba hacía años, hacía tanto que deseaba encontrarse con esos ojos, esa piel, esos labios; que no le fue en lo absoluto complicado encontrarse en aquella mirada límpida. Un roce bastó, una palabra cimentó y una caricia acrecentó.
Suelta, el listón de tu pelo, desvanece el vestido y acércate a mí… ¿Qué puede ser más bello que cantar al oído de aquél ser supremo? A final de cuentas ¿De qué otra manera se puede interpretar el enamoramiento y sus sensaciones sino como un acercamiento a Di´s?
Una mirada, una sonrisa de complacencia y entonces, como si de una premonición, un par de labios se unieron en la humedad que sólo la intimidad de dos puede contener la pasión escondida en la inocencia de un primer roce, de una mano masculina sobre el cuerpo femenino al que todavía resguarda aquella capa de tejidos sintéticos denominados ropa.
Un beso bastó para servir como lazo comunicador entre dos almas que se encontraron en un fragmento de la noche estrellada, en mímesis misma de una vida adulta. En ese momento no podían importar los novecientos cuarenta kilómetros que los separaban, eso sólo eran números sombre un papel. Tampoco importaban las catorce horas en autobús ni las diferencias étnicas y socioculturales porque por ese breve instante el rompecabezas estuvo completo, ya no faltaba ninguna pieza, ya no faltabas tú…
Pronto esa noche de epifanía se terminó. Ella sabía perfectamente que nunca lo volvería a ver, sólo había sido un ratito perfecto, sólo quería que él estuviera más cerca, pero como el destino no cumple antojos ni endereza jorobados era obvio que él era transitorio, iba a ser un romance de una noche, ni siquiera valía la pena despedirse con un beso en labios, como las leyes de la buena conducta lo demandan. Había sido una estupidez permitir que ese sujeto completamente desconocido mezclara sus fluidos con los de ella, supuestamente había reservado ese primer instante para Abraham, el amigo que la trataba con la punta del pie para evitar enamorarse más de ella. Pero no, él haló de ella, ella cedió y entonces quiso borrar ese momento para siempre aun cuando el aroma de su piel se le había tatuado con premeditación, alevosía y ventaja, el color de su mirada era tangible en ese mundo que creía sólo de ella y las pocas caricias que le otorgó durante su momento fueron quemaduras agradables para su piel casi siempre insensible.
Ocultar y negar, ocultar y negar, ocultar y negar, no había más… No era posible continuar con el sueño para siempre; aparte de ser demasiado bueno, rayaba en lo antinatural. Ella volvió a su nación y él, a él lo esperaba la realidad como sinónimo de la vida real. No era el cuento de la Cenicienta ni nada similar.
Pobre niña estúpida jugaba a ser insensible, a que el sufrimiento no era capaz de alcanzarla, que todas esas cosas sólo eran una mala broma que alguien más pudo haber inventado, pero obviamente a ella jamás podría llegar porque ¿Cómo iba a amar a alguien que quizá jamás volvería a ver? Hasta al decirlo en voz alta sonaba tonto e imaginar que podría suceder en definitiva pondría en tela de juicio su inteligencia para siempre.
Ojalá el hipotálamo surtiera efecto como su ubicación indicaba, no como siempre quisieron acomodar al corazón. “El corazón tiene razones que no entiende la razón”, entonces se enamoró. Algo los llamaba, los acercaba y a la vez los alejaba. Ay, pero ¿Cómo crees? Yo no podría querer a alguien como él, parece una necedad de algo superior, porque yo borré su contacto de mi teléfono celular, pero él volvió a mí. Como bien decía el buen Julio Cortázar “Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio.”.
El primer mes fue sencillo, las promesas iba y venían como las gotas de la lluvia, como el juego del ping pong en el que parecía una competencia para ver quién podía prometer lo más hermoso, quién podía convertirse en un prodigio, ya fuera por las mañanas, antes de que la niña abriera los ojos, para que en cuanto lo hiciera se encontrara con las palabras más bonitas del mundo, o por la noche, cuando la otra se exprimía el seso para tratar de encontrar los términos y la métrica correctas con tal de que los tercetos encadenados de amor por primera vez fueran perfectos más allá de la fónica, sino la forma y el contenido pudieran conquistar.
Nada es eterno, todo es efímero. No tardó tanto la vida en tomar cartas en el asunto, la monotonía conquistó corazones más a prisa que Cupido con todo y carita de engendro, con el calzoncito de recién nacido y las flechitas de la maldad. Aquél querubín chaparrito y barrigón que se molestó con aquella pareja jaloneaba de los corazones para que se pudieran separar.
Con tanta fuerza haló que de pronto él salió volando lejos de ella, volvió a su estado normal y el amor se lo comió con un poco de salsa de tomate y mucho limón y sal, como si de acompañamiento de tequila se tratara. En cuestión de pocos días ella dejó de ser “Dios sol” para convertirse en maría con minúscula, se cambió el “mi amor, bebé, mami” por maría con minúscula…
Ella no fue indiferente al cambio y al sentirlo casi perdido optó por llenarle la bandeja de mensajes como florero de frases cursis y curitas a todo aquello que se comía poco a poquito su relación, pobre ilusa, no se daba cuenta que eso sólo permitía que la brecha se hiciera cada vez mayor.
Fueron comunes los días en que ya no se escuchaban las risas y los suspiros mientras el teléfono les tatuaba una insignia en la oreja que decía “Aquí se habló de amor”. Es de gente idiota amarrarse a lo que fue, suplicar a la luna que los soles den marcha atrás, intentar que la vida devuelva lo que en realidad ya no fue, las promesas fallidas, los sueños pisoteados. Es de masoquistas quedarse a observar el cadáver del amor, lo que simplemente ya no subsistió.
Qué ganas de borrarse del mundo, de llorar hasta dormirse, de poder arrancarse los cabellos, abrirse el pecho y arrancarse las mariposas muertas del estómago. Qué ansias de dejar de sentir el vacío de las tres de la tarde y la mala resaca al dar las cuatro, el dolor de las cinco y el proceso de in-consuelo a las seis.
Poco a poco los días pasan, él en definitiva ya no la necesita. ¿Quién es ella? ¿De qué me hablas? Ay ¿de verdad la besé? ¿en verdad nos besamos? Creo que sí tengo su teléfono; espera, lo voy a buscar, seguramente podrías pedirle el contacto de su amiga, puedes hacerlo desde mi teléfono. El último mensaje escrito por ella fue de hace seis meses, algo debió pasar ¿También se le acabó el amor? Por primera vez en tanto tiempo el nombre de él aparece en la pantalla del Smart phone de ella. ¿Quién será él? Si quieres atiende, ni siquiera me suena el número, no es del estado, de seguro es un número equivocado. Pero no, es la necesidad de evitar que los lagrimales se destapien, que el cerebro traicione, que el corazón resucite.
¿Hola?
¡María! ¿Cómo estás?
Perdón, creo que te has equivocado de número.
¿Pero, cómo? Es tu voz
No, a quien usted busca no sé quién es, yo no lo conozco.
Perdóneme por favor, seguro tiene razón. Tenga un buen día.
Hasta nunca mi amor…
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