Como quien trata de describir una traslación definitiva, me aparece su narrar. Sin sonidos, tengo solo la imagen, el recuerdo fotográfico para ser más preciso, de mi abuelo contándome que en su viaje hacia estas tierras (y de ahí la metáfora de ese movimiento irreversible, categórico como lo sabemos ahora, aunque aún cargado de esperanzas de regreso).
En el momento en que la nave cruza el ecuador, volaron desde aguas azules y tranquilas millones de peces plateados y pequeños.
Peces voladores, una gran nube de ellos que avanzó junto con el barco durante un tiempo maravilloso, cayendo muchos a morir sobre la cubierta.

También está en mis recuerdos, él ya postrado en su cama, en un enero (su último enero), el pedido de que le acerque la bici que los reyes le trajeron a mi hermano.
Lo hice.
La recorrió con las manos no sin esfuerzo y ojos de ciego, es muy bonita me dijo. Después apoyo su cabeza suavemente en la almohada, su cabello blanquísimo se alboroto con el movimiento. Quedó con una sonrisa de ojos grises abiertos, seguro siguiendo a duras penas el brillo que lastima el azul del mar y del cielo donde se dibuja el cardumen volador.

(2015)