Así me hiciste sentir, escapando de conceptos preestablecidos, sin poner en duda ninguna de las palabras, arrastrado por tu mar de dudas y envuelto por la espuma del mar que se abría en tu mirada.

Como un niño jugué a tu juego, sin juzgar, ni hacer preguntas; sin miedos, ni realidades distorsionadas.

Me detuve en el silencio de la noche, con la suavidad de mi aliento, recorriendo todo tu cuerpo... te besé hasta en la piel inexistente, tratando de llegar a lo mas hondo de tu ser. Surqué tus océanos salados y me dispuse a veces a entenderme, olvidándome al instante del mañana y del ayer.

Me confesé absurdo apasionado... y disfruté.

Te idealicé y escribí mi propio sueño aún sabiendo de la fantasía que lo enmascaraba. Te amé sin más aunque resulte agresivo y pretencioso, pero te amé como me amo yo y como deseé que me amaran.

Es un juego al fin y al cabo, un juego de segundos sin palabras.

En cada partida aprendo a compartirme libre, aprendo a ser consciente de que no me sirve cualquiera, que mi corazón no necesita de camas vacías, distantes, pasajeras...

De sobra se que te irás, como yo ya me fui o como mañana se irán mis nuevos amantes. Pero yo te amaré como ayer, como siempre, como antes, de la única forma que se.

Y este es mi juego, mi dulce contrincante, un juego de niños donde te ofrezco un amor pasajero, mis más sinceros abrazos y besos para construirte un castillo de naipes. Mantenlo en pie mientras quieras, desata tu furia sobre él, destrúyelo, poséelo, olvídalo o recuérdalo... yo ya cumplí con mi parte.