Siempre me dieron algo de miedo las alturas, quizá por eso instintivamente las busco.
Habrá ocho o diez metros hasta el suelo. Miro abajo y noto un pellizco en el estómago, pero me siento en el muro. Trepo por él y me elevo sobre los tejados de las casas cercanas. Algunas llevan más tiempo aquí que yo.
De fondo veo el mar. Hay gente corriendo en la orilla, cometas surcando el cielo, se oyen alegres risas infantes, algunas bicicletas tranquilas hacen repiquetear las tablas del paseo marítimo, un coche en algún lugar detiene su camino y apaga el motor. De fondo siempre el mar. Su nana me calma y huele a hogar.
Miro de nuevo hacia abajo. Otra vez se me encoje el estómago. Creo que la vida es eso, mirar al miedo a los ojos y decir 'lo soporto'. Ver la vida pasar frente a nosotras y pensar 'estoy viva'.
Vencer al miedo hasta hacerle cosquillas.
Ganarle el pulso a la vida sin darse, nunca, por vencida. Que el final llega cuando llega, pero la guerra a la muerte se conquista cada día.
No sé qué quiero decir con todo esto. Nada, supongo.
Tal vez sólo que hoy empieza otra primavera, y una acumula ya tantas a las espaldas... que el único miedo que tengo es no volver a temblar.
Y también esto otro, que en el fondo amamos lo que tememos. O viceversa.
Por eso subí aquí arriba. Para ver el mundo desde las alturas y besar en la boca a mi miedo, agradeciéndole sentirme viva.