En un muy lejano reino, un poeta-trovador, dedicaba sus días a ganarse el sustento presentando sus artes por diversos pueblos y aldeas. Una tarde, mientras se desplazaba entre montes y campos, se detuvo a observar hacia el valle una serie de aldeanos afanados en la construcción del pueblo.

Los había que trasladaban ladrillos, otros transportaban maderos, mientras un grupo más pequeño preparaba la mezcla y pegaba, alzando con esmero los caserones. Todos trabajaban con mucho esfuerzo, ¡Los resultados saltaban a la vista!. De pronto reparó en un hombre recostado junto a la copa de un árbol, se acercó lentamente a saludarle y le preguntó si, al igual que él, se trataba de un forastero, el hombre lo miró de arriba abajo escrutándolo. Cuando hubo finalizado su inspección le dijo: "no, soy residente de ese aquel pueblo" - señalando hacia el valle. El forastero le preguntó; ¿Y por qué no estás junto a los tuyos trabajando?. El hombre respondió parcamente; "estoy esperando a que terminen. Yo soy el crítico".