-Natalia te estábamos esperando… ¿y Camila?
-No pudo venir…
-¿Estás bien?
-Si…es que no he dormido bien.
-Siéntate, toma un trago.
-¿Nos dirás por qué nos citaste aquí?
-¿Camila no les dijo?
-Qué tú nos dijiste que viniéramos…y ella no vino.
Alrededor del fogón se encontraba Carlos, un muchacho fornido hijo de padres adinerados que jugaba al rugby pero tuvo que dejar su deporte favorito porque sufrió un accidente en su pierna izquierda en un partido, Pamela, rubia de ojos celestes y que era la más creyente, hija de un pastor, oraba todos los días agradeciendo a la divinidad y Jorge, un joven flaco, abogado muy estudioso al que también le gustaba divertirse.
Natalia se sentó en el pasto y les dijo: Chicos, ¿hace mucho llegaron? Dos horas, dijo Jorge, serio. Natalia los miraba uno por uno con esos ojos verdes, hasta que Pamela le preguntó: ¿Por qué nos miras así? Natalia se puso en pie y se alejó unos pasos de la fogata. Se giró sobre sus pasos y dijo: No los haré esperar más, les diré porque los cité aquí… bueno simplemente les diré…que ya pueden correr. ¿Qué? Dijo Carlos, se miraron entre ellos y Natalia dijo: me parece que no me entendieron…y en sus ojos se ausentó la luz y sus pies levitaron y sus brazos se extendieron y sus cabellos negros se erizaron y en su boca se dibujó la sonrisa del averno, y lanzó una carcajada de espanto, y su voz sonó gutural al decir: corran por sus vidas, les daré un minuto de ventaja.
Carlos fue el primero en pararse, luego los otros y salieron corriendo, internándose en lo profundo del bosque, entre ramas y pastizales, corrían y corrían desesperados. Pamela que parecía tener una brújula mental sugirió que se escondieran en una casa abandonada que conocía y a la cual no tardarían en llegar, así que hacia allí se dirigían.
Natalia ya había iniciado su cacería, cumpliendo con el tiempo de ventaja que les dio. Carlos les dijo que lo mejor era separarse y encontrarse en la casa, podrían comunicarse por sms. En un descanso que se dieron decidieron que era lo conveniente. El bosque no era tan grande y encontrarían la casa. Pamela se quitó los zapatos de tacón y se lanzó a correr. Hundía sus pies en el lodo buscando la casa que aún no veía.
De pronto se detuvo para quitarse una ramita que se clavó en su pie derecho, pero no le importaba, debía seguir corriendo, clavase lo que se clavase. Lo cierto es que con zapatos o sin zapatos el camino se le presentaba dificultoso, y sus rodillas chocaron contra una roca. Logró continuar y se detuvo a tomar aire junto a un árbol, miró en todas direcciones y ni rastros de Natalia. Sentía las piernas cansadas, pero seguía corriendo como si tuviera unas de repuesto mas veloces e incansables. Hasta que su cuerpo voló y cayó en una gran zanja donde no había agua para quedar con sus labios besando el suelo enlodado. La lluvia caía a raudales y se escuchaban truenos amenazantes. Desde lo alto lo miraba una cara que se le antojó maligna con una gran sonrisa y ojos vacíos y diabólicos. Cuando Pamela la vio, se puso pálida y quedó petrificada. Algo dolorida, le dijo: no me hagas daño, por favor. Natalia no paraba de sonreír y le dijo en tono burlón: Lo que te ha pasado no es nada comparado a lo que te haré. Se lanzó a la zanja y cayó parada sobre su espalda, apoyó su bota en la cabeza de Pamela, y le dijo: ¿Sabes? Aún no te mataré, quitó su bota de la cabeza de Pamela permitiéndole respirar y dejó que se volteara, ¿vives? Le preguntó… por favor… -susurró Pamela. Ya no -dijo Natalia y le dio un beso en la boca succionándole el alma. El cuerpo de Pamela se transformó en un cadáver de ojos blancos.
Jorge ganó la carrera llegando primero a la casa, intentó usar su celular, y como suponía no tenía señal. Maldición –exclamó. Carlos que no podía correr bien, se sentó a descansar un momento con su nuca apoyada en un tronco. Escuchó ruidos entre la maleza y gritó: ¿Quién está ahí? Hola…¿no sabes quién soy? Respondió una voz demoníaca que enseguida reconoció como la de la versión poseída de Natalia. ¡No te tengo miedo! Gritó Carlos. ¡Deberías! Dijo Natalia, con esa voz de ultratumba tan particular. Natalia se paró frente a Carlos obstruyéndole el paso No irás a ningún lado –le dijo. ¡No me mates! ¡Te daré lo que quieras! ¡Mis padres tienen mucho dinero! Carlos agarró una piedra y se la lanzó, la piedra le pegó a Natalia en su cara, pero ni se inmutó, como si no hubiera sentido ningún dolor. ¡Tonto! ¿Piensas que una piedra me hará daño? No, dijo Carlos pero esto sí, y sacó un revólver y le disparó varias veces. Las balas atravesaron el cuerpo de Natalia que seguía levitando. Carlos salió corriendo. Natalia miró hacia abajo, y los agujeros de bala se cerraron mágicamente. Carlos se escondió detrás de una roca y se puso a rezar. Apareció Natalia y lo levantó del cuello con esas manos que tenían una fuerza sobrehumana, tu Dios no podrá salvarte –dijo, ahora eres mío. Le dio un beso y mientras succionaba su alma, con su mano derecha le arrancó el corazón, su rostro quedó manchado de sangre al igual que su ropa. Dejó sus huesos tirados, miró el corazón y dijo: es una pena, aún late, y se lo comió.
Jorge intentaba hacer funcionar su celular, un ruido en la puerta lo hizo mirar. Se acercó lentamente y miró por la ventana, no había nadie. Ella estaba detrás de él, y lo levantó del cuello, pero enseguida lo soltó. Jorge se dio cuenta que fue porque tocó la cruz. Una cruz que usaba en su cuello desde que era un niño. Arrancó la cadenita y se la mostró. No te acerques –dijo. Gotas de sudor caían de su frente. Natalia lo miraba, jadeaba y caía baba de su boca. Apoyó sus pies en el suelo. Jorge suelta eso –dijo. Soy yo, Natalia. No te haré daño. No confío en ti. ¿Qué has hecho con Carlos y Pamela? No recuerdo, yo, nada… no recuerdo. ¿Qué te pasa? No lo sé, me siento rara…y se tumbó en el suelo. Jorge se acercó, se sentó a su lado y la abrazó. Natalia dijo: ¡Te mataré! Y se le tiró encima. La cruz cayó a un lado de él, pudo agarrarla y se la apoyó en la frente, Natalia lanzó un grito de dolor. Jorge mantenía la cruz en su frente y con la otra mano la estrangulaba. Una espuma blanca salía de la boca de Natalia, y sus ojos volvieron a ser verdes. Él dejó de apretar su cuello. Ella no se movía. Jorge la sacudía y le decía: Natalia, Natalia. Ella lo miró y dijo: ¿Jorge? Natalia, ¿eres tú? Sí…¿qué ha pasado? ¿No recuerdas? No… Bueno, vámonos…luego te contaré. Natalia toda ensangrentada respiraba débilmente. Te llevaré a un hospital –le dijo Jorge. Salieron de la casa y fueron rumbo al coche. Eran las cinco de la madrugada, llegaron al coche y se pararon frente a frente, se miraron con ternura, él tomó sus manos y le dijo: eres muy linda, ella agachó la mirada, volvió a mirarlo, y se besaron. Los ojos de Natalia volvieron a llenarse de oscuridad, eran los ojos de la hija del Diablo.
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