Desperté de un viaje, estacionando en tu ruedo.
Robando un final hacia algún otro tiempo,
con la misma poca lucidez que tenía al partir.
Como tantos otros días, llevaba en ese tren peregrino
cosas cotidianas en atados de caña dulce.
Como un don nadie, siempre ha sido mi transitar,
la libre exageración de cada noche.
Confieso, como verdades innecesarias, que te he extrañado.
Casi, casi, como a una buena ortografía,
o una calentura adolescente.
En sueños te he desabrigado de tu vestido azul,
para abrigar tus divinidades en el rescoldo de mí pecho.
Me gusta eso de desarroparte en sueños,
cuando la ausencia de tus carnes está presente,
antes que llegue la daga del despertar
y, como un ángel arcabucero,
ejerza su oficio de volverme a la realidad.
Irónicamente, despierto,
me pierdo de esos juegos prohibidos
con los que me enloqueces dormido. |