LOS BLUMERS DE VARON HIDALGO
En la mañana del domingo, Clara Emilia Gutiérrez se vistió temprano. Se puso un rulo plástico para amoldar el cerquillo, y arrastrando sus pies hinchados por las várices, salió presurosa a la calle. Dos minutos después tocaba con insistencia a la puerta de Demetrio, el presidente del CDR, y con aires de importancia le comunicaba:
-¡Ay, discúlpeme que lo haya despertado tan de mañana, Demetrio. Pero lo que me trae aquí, creo que vale la pena. Usted sabe que en estos tiempos tenemos que estar con la guardia en alto, y bien atentos para salirle al paso a la ilegalidad.
-¿Y qué pasa, Clara? –preguntó Demetrio entre bostezos, sacándose las legañas con la uña larga del dedo meñique.
-En casa de Varón Hidalgo hay tres blúmers tendidos en el cordel del patio –sentenció Clara en tono confidencial-. Yo misma los vi. Están sujetos con horquillas de madera.
-¿Y qué hay con eso?
-¿Pero usted no entiende? ¡En su casa hay una mujer!
-¡Eso no puede ser! ¡El es maricón! ¡No se acuesta con mujeres!
-¡Esa es la cosa! Seguramente sin informar nada al Estado, le está alquilando un cuarto de su casa a alguna jinetera. ¡Tenemos que actuar!
Desde su ventana, Varón Hidalgo había visto salir a Clara Emilia para dirigirse al portal de Demetrio. Desvió la mirada al cordel, donde estaban tendidos los blúmers, que efectivamente eran de una joven prostituta que desde la noche anterior tenía alojada en la casa; y adivinó de inmediato la mala intención de su vecina.
Cuando tocaron el timbre, ya estaba sobre aviso. Tranquilamente abrió la puerta, y ante los estupefactos ojos de Clara Emilia y Demetrio, apareció él en tacones, con pulsos y abanico en su intranquila mano izquierda, y sólo cubriendo la desnudez de su cuerpo con un blúmer de encajes rosado, tras el cual se marcaba con absoluta claridad el cárnico volumen de su abundante sexo.
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