Se quedó quieta sentada frente al ventanal con vista hacia el jardín principal donde todo estaba preparado para la celebración del más grande paso que alguien en su vida podía dar.
Era el día de su boda; con invitados con trajes elegantes ubicándose en las sillas desplegables frente al altar con vista al mar, con las pequeñas pajes jugando en el césped con sus ramos de rosas en las manos y sus coronas de flores blancas adornando sus cabellos rizados como pequeñas princesas. Era el día que debía ser feliz, que debía sonreír frente a sus padres y hermanos, frente a los abuelos que quizás sería la última gran celebración que iban a poder estar presentes y ante las miles de personas que con ojos brillantes esperaban que cruzara la alfombra roja hasta estar frente a un oficial civil que la uniría en santo matrimonio al hombre que amaba profundamente.
Se levantó del lugar preferencial que una de sus tías colocó frente a los ventanales hacia el jardín principal mientras esperaba que todos los preparativos estuviesen listos y se paseó por la habitación memorizando cada una de las palabras que iba a tener que decir frente a un Oficial civil. Contuvo el aire, se miró al espejo y trató de sonreír como miles de veces en los ensayos le habían hecho practicar, pero sus labios temblorosos no hicieron ese arqueamiento delicado que convertirían su rostro ahora perfectamente maquillado en una iluminada expresión de felicidad.
—Una vez más…—se dijo intentando recuperar el aliento para repetir de nuevo las palabras mágicas del enlace final y luego la sonrisa triunfante que con dificultad logró crear.
Su madre le miró desde la puerta mientras repetía una y otra vez los mismos movimientos y repetía las mismas palabras tantas veces que estaban perdiendo la gracia.
—no te esfuerces tanto—le dijo acercándose a ella y tomando el velo que caía de su corona de perlas blancas de su peinado hacia sus hombros—todo va a salir bien, solo debes ser natural, espontanea y decir lo que tu corazón tiene que decir…—le recalcó—eres la novia más hermosa del mundo, mi vida, y serás la mujer más feliz del mundo de ahora en adelante.
—gracias, mamá.
—intenta no arrugar el vestido, solo queda una hora para que comencemos.
La dejó sola para volver a su lugar entre la multitud y servir de anfitriona para que todos estuviese en orden. Su hija era la más hermosa novia, no había ninguna otra comparada a ella, ni una de sus sobrinas que se había casado en otoño y que era tan hermosa como una de aquellas modelos de pasarela se le comparaba, porque ante sus ojos de madre su hija era la mejor y nada ni nadie iba a cambiar eso.
—una vez más, solo una vez más—se dijo a si misma dando vueltas en la habitación mientras observaba el reloj de la pared y su reflejo en los espejos—solo una vez más…
Tomó el aire suficiente para poder volver a repetir las mismas palabras ya frías de su discurso e intentó sonreír de nuevo frente al espejo, pero esta vez, al hacerlo alguien a sus espaldas le detuvo.
—No lo hagas…—murmuró aquel hombre en un susurro que llegó hasta ella y le hizo temblar de miedo.
—Tengo que hacerlo…—respondió volteando y viendo un cuarto vacio mientras su corazón latía deprisa intentando quitarle el aliento para asfixiarla y detener la mentira que estaba a punto de forzarse a cometer.
El novio estaba de pie frente al pequeño altar en medio de un arco de flores y viendo fijamente el mar azul que intentaba fusionarse con el cielo aquel día. Su sonrisa era tan cálida y perfecta que nadie podía pasar por desapercibida la felicidad que estaba sintiendo, pero ni ellos ni él entendían bien por qué la novia que de pronto apareció frente a ellos no sonrió al verle, ni le miró con la misma cautiva emoción.
—Quizás son los nervios…—murmuró su madre a su tía sin prestarle mucha atención a los ojos fijos de su hija en el horizonte, en un atardecer que lentamente comenzaba a caer.
—Se ve tan hermosa…—le respondió mientras el novio borraba de su rostro la sonrisa que había mantenido hace solo unos minutos atrás.
Del brazo de su padre llegó hasta él, le miró con amabilidad, hizo una reverencia con su cabeza para afirmar su presencia y volvió a fijar sus ojos en un horizonte que estaba a punto de convertirse en llamas.
—estamos aquí reunidos para unir a esta pareja…
Era tan falso todo, tan hipócritas las palabras que estaba siendo pronunciadas en voz alta. Amaba a ese hombre, amaba a la persona que estaba a s u lado en esos momentos tomando su mano para contenerle, pero algo estaba mal, algo que desde hace un tiempo había cambiado todo y todo estaba dentro de un corazón que se oponía a abrirse por completo. De todos modos ¿qué iba a hacer a esas alturas? ¿Retroceder como si nada y dejar al hombre que se suponía amaba solo por una equivocación?
—Antonio, ¿Aceptas a esta mujer como tu legitima esposa para adorarla, amarla y respetarla…
Escuchó las palabras del Oficial civil, contuvo la respiración y cerró los ojos mientras escuchaba atentamente la aceptación de su novio.
—Amanda, ¿aceptas a este hombre como tu legitimo esposo, para adorarlo, amarlo y respetarlo….
Las mismas palabras que comenzaban a hacer doler su cabeza tan intensamente que estaba a punto de gritar que se callara, pero no podía hacerlo, no podía dejarse llevar por toda la absurda culpa. Antonio no tenía la culpa, era el hombre perfecto, él iba a saber amarla y juntos iban a poder borrar el error cometido sin que nadie se enterara. Quizás se lo diría dos años después de casados, aguantaría lo máximo para poder mantener el matrimonio y tener un hijo. Tendrían la casa de sus sueños, trabajarían como siempre manteniendo a su nueva familia y el pasado sería solo un pasado de errores enmendados, pero por alguna razón su plan estaba fracasando en el mismo momento en que se dio cuenta que todos le miraban asustados.
— ¿Amanda? —le llamarón intentando hacerle reaccionar.
— ¿qué?
—Acabo de preguntarte si aceptas a Antonio como tu esposo…—dijo el padre mirándole preocupado mientras el novio le miraba fijamente.
— ¿vas a responder? —le preguntó con voz entre cortada, casi sin respirar.
—yo…
Miró hacia atrás intentando buscar esa persona que debía de haber aparecido en el momento justo en el que debían detenerle de manera dramática, pero no había nadie, nadie que pudiese salvarla de la decisión egoísta y falsa de aceptar ser la mujer de un hombre que no tenía la culpa de sus errores, de haber caído en los brazos de otro, de haber perdido la razón tantas veces que ya ni siquiera podía recordarlo. Pero ahora solo debía dar un simple sí y seguir su vida o simplemente retroceder.
—responde, Amanda—le pidió su padre perdiendo la paciencia mientras su madre corría hasta ella para tomarla del brazo y hacerla reaccionar.
— ¿te sientes mal?
—Estoy bien—respondió por fin.
— ¿aceptas entonces a este hombre como tu legitimo esposo?
—Acepto—dijo por fin logrando sonreír falsamente mientras el novio con emoción le tomaba fuertemente de la mano.
—Necesito su firma… —dijo de pronto el oficial enseñándole el libro que ya el novio había firmado.
—Si firmo esto quedará hecho…—murmuró mirando fijamente el lápiz dorado que en medio de la hoja permanecía detenido esperando que le tomara con suavidad entre sus dedos.
—Estás temblando—dijo Antonio viéndola fijamente.
—estoy bien...
—no lo estás…
— ¡dije que estoy bien! —le gritó tomando el lápiz entre sus dedos e intentando firmar sobre la línea mientras a sus espaldas todos comenzaban a murmurar.
— ¿estás dudando ahora, verdad?
— ¿de que hablas? —le preguntó deteniéndose para mirarle.
—de casarnos.
—no digas boberías, ya he aceptado.
—no sigamos…—murmuró—Este matrimonio se cancela—dijo en voz alta volteando hacia los invitados—este matrimonio no seguirá, lo siento—se disculpó tan correctamente que le hizo sentir una estúpida.
—Antonio…
—esto se acabó.
Corrió deprisa por la alfombra roja dejándola sola frente al altar de rosas blancas mientras todo el mundo comenzaba a colocarse pie para ir tras el novio mientras se preguntaban qué estaba sucediendo y culpándola, como debía haber sido desde el comienzo, por todo el mal que había hecho a sus espaldas.
— ¡se supone que es la novia la que debería correr! —Gritó de pronto la hermana de Antonio— ¡¿Qué le has hecho a mi hermano estúpida?!
Se quedó sin palabras, aturdida y abandonada, pero era su culpa, su maldita culpa desde el mismo momento en que cayó rendida ante los encantos de un hombre que ni siquiera había aparecido como un salvador para raptarla de su boda, para impedir que se casara con otro hombre, ¿por qué? ¿Por qué? Fue lo único que pudo decir mientras se arrodillaba con su vestido blanco sobre la alfombra llorando desconsoladamente mientas su madre y sus hermanos apartaban a la familia del novio para evitar que todo siguiera saliéndose de control.
El atardecer siempre fue el peor momento del día cuando abandonaba su trabajo y miraba al horizonte intentando volver a respirar. Siempre tenía la misma sensación, la misma opresión en el pecho que aquella vez y en meses nada cambio, ni siquiera un poco se alivió el dolor y aun se preguntaba el por qué.
— ¿Has vuelto a ver a ese tipo? —le preguntó una de sus amigas dándole un café mientras permanecía sentada admirando el paisaje de la tarde.
— ¿A ese bastardo? —Preguntó—la última vez que lo vi fue cuando le dije que iba a a casarme… ya sabes el resto…
—Vi a Antonio hace unos días…—dijo luego de pensar un poco las palabras que iba a decirle a su amiga y que seguramente dolerían—iba con una mujer…
—no es extraño, han pasado 7 meses…
—los hombres olvidan rápido, ¿sabes?
—así parece… ¿al menos se veía bien?
—se veía bien…
—eso es bueno. Ya me tengo que ir. Nos vemos mañana.
Se despidieron como siempre en la misma esquina para seguir hacia sus hogares cuando comenzaba a oscurecer. Casi siempre solían hacer la misma rutina, aunque hace bastante tiempo no tocaban el tema de Antonio y de ese otro hombre que nunca más volvió a ver.
—si solo hubiese firmado…—pensó—¿qué habría cambiado?
Suspiró agobiada y volvió a contener la respiración como siempre solía hacer cuando los recuerdos del pasado volvían a su mente y comenzaban a punzar dolorosamente en su corazón mientras volvía a arrepentirse de todo lo que había hecho, de haber sido infiel, de no haber firmado cuando pudo aquella acta de matrimonio, de no haberle dicho la verdad a su novio… eran tantas cosas de las que se arrepentía que aun no podía comprender cúal podría haber sido la mejor opción para ser feliz.
—Amanda…—dijeron de pronto a sus espaldas, como si el eco del pasado volviera para atormentarla.
—Antonio…
Era él, era la persona a quien desde el principio debió pedirle perdón y todas las explicaciones pertinentes que su mente y su corazón le hubiesen permitido y así quizás, hubiese logrado llegar al altar con dignidad, hubiese sido aceptada por él, perdonada y amada.
—Amanda…—volvió a decir intentando acercarse, pero ella instintivamente retrocedió para esta vez ser ella la que le dejara antes de que todo se convirtiese en una pesadilla.//// |