Soñé que me moría.
Soñé que, muerto, te veía.
A mi sepelio,
tú llegabas vestida de colores
alegres y, al asomarte a mi féretro,
me prodigabas tu sonrisa.
Qué bello el iris de tus ojos
brillando de contento;
qué hermoso el par de hoyuelos
surcando tus mejillas.

Al despertar,
sentí la extraña urgencia de estar muerto,
pero luego recordé que nunca (o casi nunca)
mis sueños se me cumplen,
así que he decidido respirar un poco más,
seguir latiendo todavía;
a ver si logro hacer que llegues,
bella y risueña,
pero a mi vida.