Olía a mar la casa, y la lavanda traviesa se trepaba a la ventana. Detrás de las cortinas, la mañana le hacía a la penumbra una demanda. El cielo se apoyaba en la baranda del muelle de la playa suburbana. Rompiendo la quietud de porcelana, las olas se sumaban tanda a tanda. Llegó después la tarde, y se fue el día; el tiempo lo observaba al ocultarse detrás de aquellas dunas mansamente. La luna en su elegancia seducía, y la noche volvía a enamorarse al verla reflejada en la rompiente.
Texto agregado el 15-06-2015, y leído por 269 visitantes. (5 votos)