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Inicio / Cuenteros Locales / Lughaidh / Registro de John Franklin [19 horas]

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No sé por qué tengo la sensación de estar perdido en el mar -uno de mis mayores miedos-. Quedar varados en un mar que supera en inmensidad al más grande de los desiertos es simplemente espeluznante.

Hace poco me pareció haber oído el sonido de tambores a distancia. Quizá estemos cerca de una isla, quiero suponer. Todavía no hemos visto nada a lo lejos. Espero tocar tierra pronto, nunca me había sentido tan inseguro en el mar, tal vez mis miedos más profundos se despertaron cuando vimos a aquella criatura nadar. Quién sabe ahora qué pasará con la expedición. No quisiera morir a causa de mi ambición.

Aparte de mis miedos, está el estado climático. El tiempo no es favorable, creemos que un huracán se acerca. No llevamos mucho tiempo desde que salimos y ya tenemos problemas con el clima. Eso lo esperamos ya casi llegando a nuestro destino, pero creo que aún faltan unas horas para eso. No sé qué sea lo que controle a este mar, pero espero y “eso” no tenga que ver.


[...]


El cielo de putrefactas visiones se llena al navegar en los mares del Primigenio. Los hombres no quieren más trabajar, pues saben que algo se aviene, algo peor que el mal. Las cicatrices empiezan a generar dolor en los cuerpos de los marineros, ya casi vencidos. Kh'locths los incita a lo desconocido, lo aterrador y aberrante. Kh'locths les llama a todos… por sus almas.

La canción que se escucha a lo lejos, es la canción del Primigenio. Uno de los sobrevivientes a la catástrofe que tuvo lugar en nada menos que un abismo. Un abismo que tornó a universos, galaxias, sistemas planetarios y vida orgánica. Un abismo ahora llamado "todo", un abismo que mutó, creció y no dejará de hacerlo.

Ieth’chotl, el hijo de Pthan'nah y ciervo de Kh'locths, primigenios y asesinos, nada más que eso son.

La tormenta en el mar mediterráneo no deja oportunidad a la supervivencia de mis hombres, tengo que abortar. Pareciera como si fuerzas del mismo bando lucharan por el control de la Tierra y con ello causaran tanto disturbio. Da igual, estas almas no tomarán, cueste lo que cueste; no dejaré que este barco se hunda sin dejar conocer la "verdad". La tan afamada verdad, un mito quizá, aunque los primigenios no creo que lo sean. Se lamentará la humanidad por no creer, quizá por dentro lo hagan; quizá ya muertos estén.

El destructor de almas, el asesino de dioses, el ser inmoral e inmortal: Pthan'nah, antiguo seguidor del llamado "Primigenio". Perturbador de mentes y saqueador de ideas, el maldito bendecido por su naturalidad metademónica.

Creo que no queda alma que sea tan pura como la que no es; en este barco no conozco las almas de mis tripulantes, no sé si incluso ellos las conocen. Les acecha la muerte inanimada de Ieth’chotl. La misteriosa voz de Pthan’nah se hace notar, esa era su canción, en forma burlesca al recuerdo de la muerte del Primigenio; después de todo, él fue quien lo degolló, conservando su cabeza.

No me dejaré mentir cuando digo que no me preocupa para nada mi alma, ya tan afectada quedó con antiguos intentos por ser devorada. Me preocupan las que no han luchado, su falta de experiencia les hace vulnerables a los malditos intentos de estos, antes llamados “dioses”. Ahora les llamo “los rechazados”, “los come almas”, “los inanimados”; que en el fondo del abismo permanezcan estas criaturas primigenias y no salgan, y que el hombre nunca las busque, y más que eso, que nunca las encuentre. Deben estar locos aquellos que buscan lo más que desconocido, lo que no se debe buscar, lo que no debe encontrarse y lo que no debería perdurar. El universo es tan inmenso a comparación del hombre, que buscar no es para encontrar algo en específico, sino para sorprenderse con algo azaroso, porque no se sabrá nada hasta encontrarlo. Los misterios están en todas partes, una roca es un misterio para aquél que no las conoce. No esperemos encontrar, encontremos y sólo eso.

El testimonio que vengo dando no es una farsa ni vaniloquios insustanciales; más que eso, son cosas encontradas al azar, que dejaron de ser un misterio y se transformaron –para mí- en una verdad, pues realidad ya era.

Los ojos humanos apenas pueden notarlos, apenas pueden percibirlos. Escapan de la vista y de todo sentido que utilizamos. Esta es la última vez que escribo, espero que alguien lea mi testimonio. Si es así, que lo más bendito en este universo les guarde y les proteja de las pesadillas o malos sueños que, con infortunio, se avendrán a ustedes, los iniciados.

Como venía introduciendo, los primigenios han tomado el mar y con él, este barco en el cual he navegado casi toda mi vida; en él surqué las tempestades más durables e insoportables. Mis hombres son la mayoría personas sin familia, que no perderían nada si la muerte les llevara. Hay un hombre en particular que me atrajo la atención desde que le conocí, un viejo setentero llamado Henry Quolar. Uno diría al verlo que es un tanto… “normal”, aunque esconde conocimientos que cualquier hombre quisiera no saber. Él fue quien me indujo en los misterios esotéricos de los primigenios, todo los subdioses, semidioses y dioses a los que conocía parecían salidos de cuentos de terror; eran cosas atroces y que parecerían fantasía para cualquiera que no las viviera como lo hizo él, y como lo haría yo después.

No conocí tales males, hasta un día en el que, yo de curioso, decidí preguntarle a Henry por su vida personal; aún recuerdo el día exacto cuando sucedió tal hecho: viernes siete de octubre de 1957. Fui hacia él y le pregunté de manera casual:

- Oye, Henry. Tengo curiosidad, ¿qué hacías antes de estar en el barco? A decir verdad, no sé mucho de ti, de tu lugar de procedencia, tus costumbres. Eres un tanto misterioso.
- -A lo que contestó- La curiosidad, amigo mío, no llega a ser una gran aliada en ciertas situaciones. Preferiría quedarme con lo mío sólo para mí. Aunque si tienes tantas ganas de saber, no me negaré en contarte, pero que quede dicho: No me hago responsable de nada después de haberte contado.

Tales palabras me provocaron mucha más curiosidad acerca del hombre que tenía como tripulante. Sin ganas de decir que no, acepté que me contara.

- No te preocupes. No creo que algo malo pase con este hombre. Me hago responsable de mis actos desde hace tiempo.
- Muy bien entonces. Sígueme, te mostraré algo en mi camarote.

Fue ese día cuando empezaron las pesadillas que aún me asechan, incluso en mi estado menos somnoliento. Fue ese día cuando conocí a Pthan’nah y los primigenios.

Al llegar a su camarote pude notar su afinidad hacia las artes oscuras. Poseía varias e incontables figuras talladas en madera de… criaturas que yo no había visto en mi vida. Supuse que eran de algún cuento, leyenda o mito. Además de eso, guardaba en un cajón muchos frascos con contenidos diversos y, al igual que todo ahí, desconocidos. Lo que más atrajo mi atención fue lo que me mostró y era lo que estaba convenientemente sellado en un baúl, que parecía muy pesado al verlo bien. Era de acero puro, sin ninguna mancha de óxido ni corrosión que pudiera notar; además, doblemente sellado con cadenas que la cubrían alrededor y un candado muy grueso. Dudo que alguien con un mazo hubiese podido hacerle una abolladura a tal protección. En fin, lo que estaba por enseñarme cambiaría mi percepción hacia el mundo. Bien dicen algunos que “hay cosas que el hombre no debería saber”, aquello era una de esas “cosas” que no debí saber, pero que, lamentablemente, sé y no puedo hacer algo que no ponga en riesgo mi existencia para evitarlo.

Me dijo, mientras mi vista se perdía con las diversas posesiones con las que contaba:

- Lo interesante yace aquí, mi capitán; quiero que le eche un vistazo a esto y me diga qué siente al verlo, por favor.

Lo que me mostró fue algo… aterrorizante. Era algo así como una estatuilla de un ser amorfo y con carencia de simetría alguna. Un ser quimérico, podría decir. El material del cual estaba hecho, no lo pude reconocer, le pregunté su procedencia; lo único que hizo a tal pregunta fue quedarse en silencio. No estaba seguro si el material era de suma importancia, pero tenía esa cierta curiosidad por saber. Además de la estatuilla de aquel ser, me mostró un escrito en pergamino. Lucía amarillento y algo dañado a causa del tiempo. En él estaban escritas las cosas que los humanos nunca supieron, o al parecer no todos. Se encontraban las historias de antiguas guerras entre seres de lejana, o quizá, no tan lejana procedencia.

Trataré de escribir lo más que me sea posible sobre el contenido del pergamino polvoroso. Henry me iba leyendo el pergamino, puesto que no estaba en un lenguaje que yo manejara, y se detenía para explicarme ciertos aspectos que al primer oyente le serían desconocidos. Mientras leía, yo me guardaba en la memoria tales horrores y trataba de no olvidarlos, pues sabía que serían de ayuda, quizá ya no para mí, pero sí para quienes tienen tiempo.

Lo primero que recuerdo haber oído fue el título… algo extrañamente de recordar, los símbolos pude verlos, aunque esos prefiero dejarlos, pero pronunciaban la palabra –o lo más cercano a su pronunciación-: “Annu Pthan’nah”. Pregunté por su significado a Henry, a lo cual me dijo:

- Incluso yo desconozco el significado de “Annu”; aunque “Pthan’nah” tiene significado: Creador.

"Pthan’nah" parecía nombrar a alguna clase de dios creador, algún ser con poderes génicos de suma importancia. Pues para ser nombrado en un texto con antigüedad desconocida parece que se le otorga gran valor a su existencia.

Texto agregado el 09-06-2015, y leído por 47 visitantes. (1 voto)


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