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Tendrás que disculparme, lector, pues a pesar de que creo que el viaje al descubrimiento de una historia es un placer, seré predecible, pues ya no hay por qué sentir placer para mí. Al terminar esta historia moriré.
Sabiendo esto, si ya no te interesa seguir leyendo, suelta el libro - o lo que sea que estés usando para leer - y ponlo sobre la estantería que te de la gana y deja que se enpolve hasta que tus hijos lo redescubran y usen sus páginas para garabatear.
Si quieres saber que me condujo a mi miserable destino, entonces continua.
Te aviso también que la historia que leerás no es nueva. Se ha presentado a muchos, incluso también a ti. Has visto su nacimiento, su muerte y su entierro. Es lo suficientemente común como para que se haga una película sobre ella y, sin embargo, te sigue poniendo los pelos de punta.
Todo comenzó cuando me mude. Le compre una casa a una vieja moribunda que había despedido a todos sus sirvientes unos días antes de cerrar el trato. Era una vieja ricachona de unos ochenta y tantos años que quería mas dinero para heredar a sus hijos. Supongo que se dio cuenta de que el dinero no les sirve a los muertos. Dan igual sus motivos, tenia la casa que yo quería.
La vieja usaba unos aretes de perla que me hacían chirriar los dientes. Siempre deteste las joyas en las mujeres.
La casa era bastante grande. Sala amplia, pasillos iluminados, varios cuartos. Podría considerarse un exceso para mi, un hombre sobrio y solitario, pero siempre me gustaron las casas amplias y grandes.
La vieja me mostró cada cuarto y yo estaba feliz. Durante el tour alguien toco la puerta. Al rato entro el que debía de ser su jardinero o su amo de llaves. Entró por una puerta que supuse, conduciría a un sótano. La vieja aun no me mostraba ese lugar, de hecho, olvido hacerlo, pero como no tengo tantas pertenencias como para necesitar un sótano no se lo recordé.
Al día siguiente volví a la casa con la intención de recoger las llaves. La vieja me las dio y se fue a morir en algún lugar. Me alivio saber que ella y sus tormentosos aretes pronto dejarían de caminar por el mundo.
Regrese a mi viejo hogar para terminar de empacar y, ya para el día siguiente, estaba instalado en mi nueva casa. Preparé café, creo incluso haber puesto música, y me acomodo en mi nuevo estudio a escribir un articulo para el periódico vendido en el que trabajaba.
Me quede despierto hasta bastante tarde. A las tres de la madrugada subí a mi cuarto y me acosté pero esa noche no pude dormir. No dejaba de pensar en los aretes de la vieja y eso me incomodaba. A las cinco de la madrugada me rehusé al sueño y me levante. Camine al estudio y me senté frente al escritorio. No hice nada. Deje vacilar a mi mente y solo reaccione al percatarme de que el sol ya brillaba en las alturas. Salí del estudio, me bañe, salí de la casa, y me enfrente una vez mas a la monótona vida de un hombre de trapo y maíz.
Al regresar a mi casa me cayó el sueño de la noche anterior. Entre a mi cuarto en un festival de bostezos y me tire sobre mi cama. Ni siquiera me puse pijama, me dormí con la ropa de oficina.
Me levanté a las dos de la mañana. Aun Estaña cansado y me sentía incómodo. No podía dejar de pensar en los aretes de la maldita vieja y no sabia por qué no podía dejar de pensar en lor aretes de la maldita vieja.
Estaba sudando y daba vueltas sobre la cama. Entonces no aguanté más y salí furioso. Me quite la camisa y el pantalón de la oficina y baje a la sala solo con ropa interior. Sentía calor y me chirriaban los dientes. ¡¿Y si era la casa?! ¿Y si por ser esta la casa de la vieja la casa me creaba malestar e incomodidad?¿Y si la vieja dejo a propósito unos aretes en la casa para que yo me sintiera así? Vieja maldita.
Recorrí la sala con la mirada a ver si encontraba unos aretes. No, eso no tenia sentido.
Me senté en el sofá de la sala. Cada vez que pensaba en los aretes de la vieja se me enjutaban los brazos y se me endurecía el cuello.
Y estuve así hasta las cinco de la madrugada, cuando por fin pude conciliar el sueño.
Me levante dos horas despues, pesado y pegajoso, trasnochado y ojeroso. Había dejado el sofá manchado por el sudor.
Fui al baño y me lave la cara. Ya debería de haber salido hacia la oficina, pero no me sentía con ganas de ir. No había comido en horas pero sentía hambre.
Y golpearon la puerta. Era la vieja. Tenia que serlo. Aun no había anunciado mi mudanza a nadie. Apenas tenía un par de días viviendo en la casa.
La mataría. La tomaría del cuello y la mataría.
La metería dentro de la casa y la golpearía hasta que deje de respirar.
Abrí la puerta y la verdad me decepcionó ver al jardinero de la vieja parado en el umbral.
-¿Puedo ayudarlo?- Le dije, asustado. Si no le hubiese visto pude haberlo atacado, cosa que seguro me hubiera perjudicado dada mi pobre condición física.
-¿Está usted bien?- Me pregunto.
-Si, solo es la mala noche.- Respondí sobandome los ojos.
-Creo que olvide algo después de que la señora Micobarriga se mudara.- Dijo el hombre anciano, negro y canoso mientras sostenía una pequeña caja de cartón. -¿Podria pasar a revisar?
-Claro, no hay problema.- Y entramos. -¿Le ofrezco una tasa de café, o algo para fumar?
-¿Algo para fumar?
-Cigarrillos, ¿o prefiere pipa?
-Muchas gracias pero tengo prisa.
Se dirigió a la puerta del sótano y la cerro detrás de él. Al rato salio.
-Lo he encontrado, muchas gracias.
Se despidió y se fue.
Me senté en el sofá a tratar de descansar y me di cuenta de que atendí a un hombre estando en ropa interior. Que incómodo.
Fui a bañarme y a despejar mi mente. Iría a trabajar, inventaría una excusa. No quería quedarme en la casa, no quería dejar que me torturara.
Fui a trabajar y llegué a casa irritado. Me dolían los ojos pero no tenia sueño.
Preparé café y me senté en mi estudio. Tenia que olvidarme de la vieja.
Me quedé en el estudio escribiendo durante horas. Tome creo que cuatro tasas de café y finalmente me dormí en la silla ya entrada la madrugada.
Es una pena que no halla soñado nada, pues de haberlo hecho, es posible que le hubiese encontrado un sentido mas fantscioso a esa tormentosa realidad.
Me levantó el golpeteo de una puerta. La puerta de la entrada.
No estaba confundido. Sabia que era la puerta de la entrada y no me excusaré fingiendo condición ó duda en la historia de mi miseria.
Me levanté con los brazos enjutos, el cuello duro y la ropa de la oficina empapada en sudor.
Abrí violentamente la puerta solo para ver la oscuridad de la noche, las calles vagamente iluminadas por la luna y una lluvia ligera y pobre que moja la ciudad que se ríe de mi miseria.
Cerré la puerta y camine lentamente hasta el sillón de la sala, coloqué los codos sobre las rodillas y apoyé la cabeza en mis manos.
Tenia los ojos abiertos a mas no poder y mi respiración era lenta y profunda. Mi corazón golpeaba mi pecho y mis dientes empezaban a rajarse por la fuerza que ejercía sobre ellos.
Cuando escuché el sonido de la perilla de la puerta corrí hacia la entrada y abrí violentamente la puerta. No había nadie.
-¿Quien...? Ah...- Tropecé con las dos gradas que daban al umbral. Me levante furioso. -¿Quién esta jugando conmigo?- Grite furioso y humillado.
Al no oír respuesta entre derrotado a mi casa y me senté perplejo en el sofá.
Una puerta cerrándose sonó detrás de mí.
Voltee ya demente y mis ojos casi se cayeron de mi rostro cuando vi la puerta que, según yo, conducía al sótano. Estaba tan quieta, cerrada y rígida. Se burlaba de mí. Entonces lo supe, no eran las joyas de esa vieja moribunda, era la puerta. La maldita puerta que daba al sótano. Estaba tan quieta y cerrada, burlándose de mí. Tenía que abrirla.
Empecé a acercarme, pero cada paso que daba era una tortura. Los brazos me dolían, mis dientes crujían, mi cabeza se enrojecía.
Di algunos pasos y caí al piso, tieso de dolor.
Mi cuello estaba duro como el mármol y mis ojos rojos por el ardor. La puerta se mantenía cerrada. Burlándose de mi. Tenia que abrirla, tenia que abrir la maldita puerta e interrumpir su quietud.
Me levante con sufrimiento y desolación pues, miraba a la puerta con demencia.
Caminé sufriendo y el cerebro se derramaba de mi cabeza. Toque la perilla de la puerta y todo el dolor se fue.
Temblaba pero no de dolo, sino de confusión y de ira. Sudaba frío y mi boca estaba tan seca como mis ojos.
Gire la perilla y abrí la puerta. Adentro una luz que no esperaba me desconcertó. La lámpara alumbró un cuarto que contenía mi terror y la fuente de mi tormento.
Dentro del cuarto se encontraban todos los empleados que la vieja había despedido antes de venderme su casa. Vivían en ese cuarto y no lo supe, y tal vez la vieja tampoco lo supo.
Tenían sus camas y sus entretenimientos. Se divertían, reían y conversaban - y ahora se repetían un miedoso "hablar mas bajo" - en mi hogar sin que yo fuera consciente de ello. Llevaron una vida acomodada en la casa durante años a espaldas del dueño que fuera y utilizaban la quietud de una puerta ignorada para burlarse de la forma mas creativa y satírica del iluso habitante. Es la forma mas brillante de burlarse de un iluso.
Y esa es mi historia.
Si sientes pena por mí te ruego que olvides a este miserable y, si te ríes de mi pena, comparte mi historia a todos los que reirán con ella.
Yo caeré muerto en el suelo, pues mi intimidad ha sido violada.

Texto agregado el 05-06-2015, y leído por 143 visitantes. (1 voto)


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