Y entonces ella trató de cambiar cualquier detalle que pudiese hacer que él la reconociera entre la multitud, se cortó el cabello, perdió unos buenos kilos, y se empeñó en ser todo lo contrario a lo que él buscaba, se metió de lleno en el deporte y se buscó un trabajo de ayuda social, de esa desinteresada, sin hacer alarde de su trabajo a nadie para no perder el norte, y así se fue haciendo parte del paisaje, caminando en silencio, desapercibida, con la confianza de que el viento corría junto a ella y la dejaba degustar de los aromas de la mañana, té, leña y rocío, y por la tarde las palomitas de maíz del cine, y la comida casera de la dueña de la casa donde ahora vivía, y por las noches ese olor a limpio de sabanas recién cambiadas, la hacía descansar como antes; antes de él, de tantos te amo sepultados bajo sangre y sal.
Porque aveces en las noches sin luna su recuerdo viene a golpear la ventana, vago recuerdo que cada vez duele menos, cada vez menos. |