Hace días que las puertas
del armario están abiertas,
que la ropa, limpia o sucia,
se amontona sobre la cama
o en la silla del cuarto,
que los papeles para archivar
van creando su propia Babel,
que paseo libros versados
de una habitación a otra
sin cambiar de página.
Hace días que me dedico
a procrastinar todo.
"Ya lo haré luego, o mañana" me digo
pero el mañana no llega
porque nunca tengo ganas.
Me siento cansada
y me pesan los días
con sus interminables rutinas
de horas largas y vacías.
Hoy apenas he sonreído.
Otro día perdido.
Duermo desnuda por prescripción,
vuelo por envidia de las alas
y amo sin saber cómo,
por convicción, supongo.
Decía el bueno de Mario
que no olvida quien finge olvido.
Quizá tergiverso,
la memoria nunca fue lo mio,
pero nunca aprendí a hacerlo.
Olvidar, digo.
Sin embargo, el peso de los recuerdos
nunca me ha impedido avanzar.
Siempre fui recogiendo tesoros
que guardaba en los bolsillos,
y luego no sabía qué hacer con ello.
Hace algunos años que olvidé
hacer -y sobretodo creer-
promesas. Ahora estoy
más a gusto con mi cuerpo
que con los daños de mi corazón.
Al fin y al cabo hay puertas
que llevan a ningún lado.
Tal vez no sepa hallar el equilibrio
entre lanzarme al abismo de cabeza
y caminar de espaldas al precipicio.
Hace días que mi perra
me mira y no me reconoce,
que dejo que el teléfono suene
porque no me apetece hablar.
Podría echar a correr ahora
sin tener un lugar al que ir.
Hace días que me siento
en carne viva, y me (en)cierro
para que nada pueda herirme.