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Noche Sangrienta.

Caminaba por la calle con sus pies apurados, contando las baldosas, esquivando los charcos dejados por la llovizna de la tarde, respirando la humedad de una noche serena.

Regresaba a su hogar con la esperanza de descansar en su cama, la única cómoda y en su colchón, el único que le ofrecía un buen descanso. El trabajo fue agobiante. En esa caminata larga se despejaba la mente. Venía cantando bajito con los auriculares puestos. Siempre pasaba por la puerta del cementerio, aunque alguna vez pensó en cambiar su camino de vuelta a casa.

Pasó por la puerta del cementerio y escuchó una voz lo suficientemente audible. Se dio vuelta y no vio a nadie. Sin embargo, la había oído. No pudo entender sus palabras con claridad. Aquella voz era entre un lamento y un quejido de espanto proveniente de las tinieblas que atravesó el frío aire hasta llegar a sus oídos. Sentía curiosidad y ganas de volverse sobre sus pasos hasta que corrió a su casa acortando la distancia en tiempo récord. La curiosidad persistió incluso puertas adentro. Ya no podía averiguar que le había dicho.

En la remembranza creyó escuchar algo que esa voz pronunció: su nombre. Lo más extraño era que no conocía al cuidador del cementerio si es que no era un fantasma, cosa que desconocía. Muchas veces pasó frente a esas puertas enrejadas que de noche permanecen cerradas al público y nunca antes escuchó nada raro. Ya en su casa cenó el pollo que cocinó con dedicación y se acostó a ver un programa basura de tv para caer en el sueño mientras recordaba la extraña experiencia que temía paranormal.

Le divertía pensar que un hombre invisible la había llamado y se lo imaginaba guapo, aunque su voz le resultaba conocida.

Estaba parada en el cementerio, erguida entre unas tumbas viejas y miraba en todas direcciones. El silencio llenaba el espacio, nada podía oír, como si los insectos hubieran sido borrados de la vida. Buscaba una tumba en particular entre esas piedras desoladas y añejas. Y las tumbas más modernas que también le parecían bonitas.

Ese paisaje de inevitable temor no le era totalmente desconocido, como una ensoñación le abría las puertas a la fantasía de una noche negra. Nunca antes su alma pasó por la morada de los difuntos. Su intuición le decía que debía estar allí visitando a alguien. Caminaba y observaba las tumbas una por una. Dobló hacia la izquierda y siguió mirando una a una las lápidas. Pasó frente a tres panteones barrocos y al llegar a una de las tumbas escuchó una voz gutural de ultratumba y se sobresaltó.

Eran las cinco de la mañana y ese espléndido día de sol con escazas nubes por la tarde que pronosticaron por suerte no trabajaba, sus poros sudaban, así que decidió levantarse y dejar que el agua de la ducha se lleve la suciedad. La pesadilla fue tan real que aún la recordaba nítidamente como la más horrorosa película de terror que vio en su vida, de esas que difícilmente se olvide. Además de ese paisaje desolado de muerte, sentía que en ese hogar de gusanos y putrefacción había algo que no podía saber con certeza su naturaleza, sentía que la observaba y la llamaba con una voz espectral como si la conociera.

Después de desayunar y como tenía el día sin ocupaciones importantes se dirigió temprano al cementerio para dialogar con el cuidador. Los ángeles lloraban y ella no llevaba paraguas. No se mojó demasiado su blusa blanca, sus zapatos, ni su falda. Entraba gente llevando flores que a veces suelen marchitarse, mientras otros salían con sus rostros apenados, aunque algunos reían maquillando su tristeza, y hablaban entre ellos con palabras comedidas y en voz baja.

Como el cuidador no se hallaba en el puesto, siguió adentrándose en el cementerio y paseando entre las tumbas de cemento. Leía los epitafios escritos y esculpidos en cada una de ellas y sentía un raro sentimiento de emoción y extrañeza por personas que no conocía y a las que sus familiares y cercanos les dedicaban emotivas palabras y si bien leyó otros ingeniosos y hasta divertidos, sus ojos curiosos se detuvieron en uno que decía: “Aquí yaces por la eternidad”.

Por alguna extraña razón leer ese epitafio la conmovió. Cayó de rodillas sobre la tierra húmeda y se largó a llorar desconsoladamente. Esa tumba en particular relucía en un jardín rodeada de césped de aspecto cuidado con flores variopintas por doquier. Un remolino de sentimientos le invadió el corazón al punto de querer quebrar su razón entre lágrimas de honesta belleza que regaban el suelo fértil. Si alguien le preguntase no sabría explicar porque esa catarata de lágrimas vertidas que la hacían humana frente a una tumba que no sabía de quien era, ni como murió, ni quien colocó ese epitafio. Tampoco podía atribuirle lógicamente a las palabras del epitafio en si la causa de su tristeza ya que había otros cuyas palabras parecían más profundas y sentidas. Tampoco podía explicarse como germinó tan rápido en ella ese sentimiento repentino de tristeza, angustia y desolación, mientras un frío la recorría de pies a cabeza. Ella debía saber en lo profundo de su alma la causa, aunque no era consciente en ese estado, mientras lloraba frente a una tumba desconocida.

Se abrazó a sí misma y alzó la vista para volver a releer el epitafio con sus ojos inundados de tristeza. ¡Dios mío! Exclamó. ¿Qué he hec..? ¿Qué estoy haciendo? Se secó las lágrimas con los dedos y sonrió levemente. Una mano gruesa y peluda de hombre tocó su hombro. Movió sus cabellos castaños y se puso en pie. Era el cuidador del cementerio y le preguntó a la joven como se sentía. Debido a que no consiguió sacarle ninguna información útil, ya que lo único que sabía se limitaba a conocer que la tumba en cuestión era nueva y que su tarea efectuada un rato atrás se limitó a enterrar el ataúd, pensó en irse del cementerio tras escuchar las convincentes palabras del cuidador, un viejo canoso que ya se había retirado de su lado a paso lento y con una pala ancha colgando en su hombro.

Una semana antes…

-Amor, durmamos por favor.
-¿Me has engañado? Dime la verdad.
-No, yo…
-No lo niegues…
-¿Dé donde sacas eso?
-El carmín de labios y olor a perfume de mujer en tu camisa, además un cabello que no es mío en tu pantalón te delatan…
-Por favor amor, estás delirando.
-¿Delirando yo? ¿Estás negando la evidencia? ¿Acaso yo uso ese perfume y ese color de lápiz de labios?
-Amor, estás exagerando, no fue nada…
-¿Yo exagero?
Ella le dio una piña en el brazo con toda la fuerza que logró reunir y dijo: “no fue nada amor”.
-Ya cálmate, dijo él, que mañana me despierto temprano.
Entonces ella se levantó, encendió la luz, fue en busca de un vaso con agua fría a la que agregó cubitos de hielo, volvió y se la arrojó en la cara, al tiempo que le decía: Levántate ahora, vamos a tener una charla.

Él se sentó en la cama al ver que ella apretaba los dientes y lo miraba fijamente. -Admítelo –dijo ella.
-No amor, no he hecho nada –dijo él y bostezó. Ven a acostarte y lo discutimos con besos y caricias.
-¡Quiero que te vayas ya mismo! Gritó ella fuera de sí.
-Amor es tarde, ¿dónde quieres que vaya a esta hora? ¿A beber a un bar? Y sonrío.

El aire se caldeaba cada vez más y ella permanecía de pie observándolo, roja de furia vestida con un camisón azulado hasta que salió corriendo de la habitación. Él se froto los ojos. Se levantó de la cama y prudentemente, se asomó por la puerta, fue a la cocina y no la vio, abrió cada puerta y miró en el resto de las habitaciones y vio muebles, un tv apagado, una maceta…

De pronto se abrió la puerta del baño y tenía frente a sus ojos una cuchilla, con su mano izquierda la tomó por la muñeca evitando su fin y cayeron al piso. Ella sostenía un cuchillo grande de cocina sin estrenar y hacía presión hacia abajo intentando ayudarse con la palma de su otra mano. El con su mano derecha quería quitársela de encima, pudo pegarle en su oreja y ella no cayó. No podía pegarle una patada en esa posición. Haciendo mucha fuerza logró quitarse su peso de encima y girar rápidamente para tirarla a un costado, le dio una patada en la cabeza que no le sirvió de mucho. Parecía poseída por la furia de mil demonios, y él decía: ¡para amor por favor! Se arrastraba de espaldas a ras del suelo y casi logra levantarse cuando ella se le arroja encima y desde atrás le clavó la cuchilla en su pantorrilla derecha. Ella quitó la cuchilla de su pierna para clavar el filo en su hombro, y la sangre manchó el suelo. Le dio una patada en el estómago y otra seguida y se le sentó arriba de la espalda, dijo: ¿Amor, con quien me engañaste? Con nadie amor, cosita hermosa- gritó él. No soy una cosa, no me trates como una cosa -dijo ella, y lo agarró de los pelos tirando su cabeza hacia atrás. Admite que me has engañado… No admitiré eso -dijo él. No importa, ya lo harás -contestó ella, y golpeó su cabeza contra el suelo haciéndole sangrar su nariz y labios. Ella se levantó y le ordenó que se quede quieto en el piso sin mover un solo músculo. Tomó el teléfono, volvió a sentarse sobre él y le dijo: “quiero que la llames y le digas que venga”. Luego de la insistencia de su mujer y los golpes recibidos en reprimenda agarró el teléfono y tecleó los números sin rechistar. Hola Ceci ¿podrías venir? Una voz femenina y de mujer joven dijo del otro lado: ¿Te pasa algo? Ven, apúrate por favor, ya te contaré, y terminó la llamada.

Ahora cuando venga me desharé de tu amorcito, le susurró al oído. No, por favor, no sabes lo que haces -dijo él. Ella lanzó una carcajada demencial -ya verás añadió, y estoy segura que terminaré nuestra relación.

Volvió a la habitación y sacó del cajón un arma calibre 45. Se acercó a él, que aún seguía en el piso babeando sangre y lloraba, lo miró a los ojos y enseñándole el arma le dijo: ¿Recuerdas esto amor? Esta arma que compraste por protección y ahora yo usaré para vengarme. Estoy pensando seriamente si matarte ahora o después… ya lo tengo decidido… quiero que cuando ella llegue abras la puerta y la mato delante de ti. Será una escena sangrienta, dramática y muy bonita. Espero no te duela tanto como quisiera. Luego acabaré con tu vida. También me dieron ganas de golpearla antes y decirle unas cuantas cosas. Así que abrirás la puerta. No, yo... murmuró él. Si no lo haces te mato, y no podrás ver lo que le hago, ya te dije, y sino primero a ti y después a ella.

-Amor podemos llegar a un acuerdo, ¿cuánto dinero quieres?
-No se trata de dinero imbécil, dijo ella y pateó sus costillas.
-Vamos levántate.
Él logró incorporarse con ayuda de ella, y caminó rumbo a la habitación. Detrás de él, el cañón del arma apuntaba a su cabeza. –No intentes nada –dijo ella, recuerda que hice un curso de tiro al blanco. En la habitación le ordenó que se vistiera y se limpiara las heridas, para esto le dio una toalla y lo acompañó al baño a que se lavase. El espejo reflejaba su rostro herido y las gotas de sangre que caían de su nariz. Cuando venga quiero que la hagas pasar y le digas que te caíste si te pregunta, que la hagas pasar al living y le ofrezcas un trago, yo los estaré espiando, y no intentes nada o les tiro a los dos...

Ceci llegó, vestía un vestido negro y con su perfume preferido, y su mujer se agachó detrás de una columna que a su lado tenía una palmera, era el sitio ideal para espiar desde poquitos metros. El abrió la puerta y la hizo pasar. La invitó a ir hasta el living y sentarse en el sofá.

Le preguntó que quería beber. Ella le pidió un whisky y le dijo que se sentía nerviosa. ¿Estás solo? –pregunto. Toma tu trago, si -dijo él.
-Estuve pensando en lo nuestro, hoy en el trabajo.
-¿Qué pensabas exactamente?
-¿Cómo te parece que va nuestra relación?
-Muy bien, realmente.
-Hace un mes nomás nos conocemos, y quiero que tengas una buena impresión de mí.
-Siempre has sido seria y formal.
-Bueno no siempre –dijo ella y sonrió.
-A veces eres simpática.
-Es cierto… ¿puedo hacerte una pregunta personal?
-Si claro.
-¿Hace cuánto estás con tu mujer?
-Llevo un tiempo…
-¿Y no es celosa?

En ese instante apareció ella con el arma y dijo: ¿Yo celosa? ¿De una perra como tú? ¿A ti que te parece?
-¡Perdón pero que hace! Gritó Ceci.
-Lo que haré será volarte la cabeza –dijo ella. Se le acercó y apoyó el caño del arma en la frente de Ceci que lloraba y le pedía por favor clemencia.
-Eres la perra que quiere robarme a mi hombre.
-No yo no, ¡te lo juro!

El intervino para pedirle a su mujer que se detuviera, no podía caminar bien. Ella le apunto con el arma y le gritó que se callase. Le dio una bofetada a Ceci, y le volvió a pegar tan fuerte que el sonido rebotó en cada una de las paredes y volvió a pegarle. ¡Para! Gritó él, ella se giró para dispararle y Ceci se paró, la empujó y forcejearon por breves segundos hasta que cayeron al suelo de madera. Él se incorporó y como un tigre se acercó a la lucha que protagonizaban, se arrodilló en el suelo y tomó a su mujer de las axilas para empujarla con sus garras hacia atrás. En ese instante se escuchó un disparo. Alguien recibió un impacto de bala. En el suelo del living se veía un caminito de sangre pintado por él. Probablemente hubiera ido algún vecino, lamentablemente no estaban en sus casas y el teléfono quedó tirado en el piso lejos de la escena de la lucha entre las féminas. Si él hubiera tenido un palo podría haber golpeado a su mujer, eso pensó, pero no tenía nada a mano y como tenía una pierna coja no podía hacer destrezas. Hizo lo que pudo y no logró quitarla a tiempo. Su mujer acertó el disparo en la panza de Ceci que se desangraba y agonizaba. ¿Qué has hecho? Dijo él. Y fueron sus últimas palabras antes que una serie de balas, una en su pierna derecha, otra en la izquierda y las que quedaban y que fueron descargadas en su pecho lo dejaran tirado en el suelo sobre una laguna de sangre.

Mientras Ceci terminaba de morir, se encargó de cortar el cuerpo de él con un hacha y colocar esas partes y la ropa en una bolsa de residuos. Cuando terminó Ceci ya descansaba en paz, repitió el procedimiento con ella. Alternaba los cortes con un bocado, degustaba un trozo de carne de cada uno de ellos, y se pasaba la lengua por sus labios, le gustaba la carne y la sangre fresca. Era de día cuando terminó de limpiar la casa, se duchó, y se puso ropa nueva, la usada la noche anterior la prendió fuego.

Tomó las bolsas y una pala y colocó todo en el baúl del coche. Aceleró y viajó hasta un bosque cercano donde no había nadie cerca. Allí excavó y enterró las bolsas con las pruebas. Después condujo su coche unos cuantos kilómetros más, y varias horas de viaje, y tiró el auto por un barranco vista al agua y con las rocas debajo. Regresó a su hogar haciendo dedo, la suerte estuvo de su lado porque un camionero la llevó. El sol se fue a dormir. Ella se acostó y al otro día hizo la denuncia a la policía. Les contó que él viajaba con una compañera del trabajo y no podía comunicarse con él. A los tres días, la policía encontró restos del coche y el coche en muy mal estado, no encontraron los restos de los cuerpos, ni siquiera cuerpos enteros y como no aparecían los dieron por muertos porque en esa zona había tiburones. Ella realizó un entierro donde enterró una rosa dentro de un ataúd y un papel que decía te amo. Y el epitafio: “Aquí yaces por la eternidad”.

Una semana después…

Se abrazó a sí misma y alzó la vista para volver a releer el epitafio con sus ojos inundados de emoción. ¡Dios mío! Exclamó. ¿Qué he hec..? ¿Qué estoy haciendo? Se secó las lágrimas y sonrió levemente. Una mano tocó su hombro.

Giró su cabeza y se puso en pie. Era el cuidador del cementerio y le preguntó si estaba bien. Debido a que no consiguió sacarle ninguna información útil, ya que lo único que sabía se limitaba a conocer que esa tumba era nueva y que hacía no mucho más que un rato se encargó de enterrar el ataúd, pensó en irse del cementerio tras escuchar al cuidador que ya se había ido de su lado.

Volvió a mirar la tumba y le lanzó un beso. Se dio vuelta para irse y escuchó una voz que la llamaba por su nombre. Quedó asombrada y se tapó la boca con su mano derecha, aún llevaba su anillo de casada. Iba a huir corriendo cuando se abrió la tapa del ataúd salpicando tierra y polvo y una mano la agarró del tobillo y luego la otra su otro tobillo y la arrastró hacia el interior, la tapa del ataúd se cerró violentamente.

Ella se despierta sobresaltada, y respira agitadamente, su corazón palpita veloz. Suda y mira a un costado de la cama. Él duerme plácidamente. Ella lo abraza con un brazo. Él se despierta y le pregunta a ella: ¿Qué hora es amor?

Es temprano mi amor –dice ella. Durmamos. Ella apoya su cabeza en el pecho de él y él le pregunta: ¿Te pasa algo amor? Ella le responde: Nada mi amor, te amo, ha sido una pesadilla.

Texto agregado el 03-06-2015, y leído por 474 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
04-06-2015 Excelente serki. KEILYSLINDA
04-06-2015 Definitivamente Serki el oscuro... Regresaste a tu esencia.... Lo sabes: Muy buen cuento. Invierno
04-06-2015 Leer tu cuento ha sido una experiencia que agradezco. Sentí adrenalina y todo un remolino de emociones. Me has sumergido en el puro terror. Creaste un relato fascinante con giros inesperados, tensión y suspenso adicionales mezclando la realidad y la ficción en dosis justas que me llevaste al extasis de la pasión desbordada. NatiMiau
 
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