Los autos iban y venían, dejando marcas en las gastadas calles de la ciudad. Las luces de la ciudad no dejaban ver las estrellas. El cielo era una masa oscura y pareja. La luna hacia tiempo había desaparecido.
El reloj marcaba las 22:00. Hacían 10º, algo inusual en un país caluroso. Poco a poco los autos desaparecían. Las pocas personas que quedaban en la calle o apuraban sus pasos para llegar rápido a sus casas, o buscaban alguna esquina iluminada para tomar sus colectivos. De vez en cuando había algún borracho, o drogadicto, o incluso algún vendedor ambulante que aún tenía sus mercancías. Pero en una esquina, donde solo se veía un pequeño faro cuya luz amenazaba con apagarse en cualquier momento, una joven estaba apoyada por la pared. Llevaba puesto una campera azul, botas y jeans gastados. Sus ojos estaban sumidos en una total oscuridad, como si se encontrara en otra dimensión. Cada tanto movía la boca, como si estuviese murmurando algo. Era alguien a quien no parecía importarle nada de lo que le rodeaba, como si lo hubiese perdido todo lo que consideraba valioso. Y las personas pasaban de ella, como si fuese un pilar o una pared más.
Si alguien se acercaba a ella, aunque sea por unos centímetros, podría escuchar lo que de vez en cuando susurraba, mientras los minutos pasaban lentamente.
- … muerte… deseo… la… muerte…
Un viento frío pasó por la vereda, haciendo que más de uno sintiera la piel de gallina en las nucas. La joven cruzó los brazos y miró al suelo. Luego, dirigió su mirada hacia la calle, donde aún pasaban una gran cantidad de autos que, de vez en cuando, pasaban por encima de un bache llena de agua. Hacia unos instantes un auto pasó a tal velocidad, que mojó los pies de una señora que pasaba por ahí. La señora se plagueó, lanzó al aire un gesto grosero y se fue de ahí, maldiciendo la mala infraestructura de la ciudad.
22:30. Ya no pasaba ningún colectivo. La joven seguía ahí, sola, mirando de vuelta a la nada. Se sentó en el suelo, aún con los brazos cruzados. La temperatura disminuyó a 8º. O eso decía el termómetro de la calle.
De vez en cuando pasaba algún que otro mendigo o borracho, pero ninguna la hacía caso por el momento. Ella aún seguía murmurando y, si alguien se le acercara, la escucharía decir claramente lo siguiente:
- Quiero desaparecer.
El viento se hacía cada vez más fuerte. Ya no había nadie más en la calle, a excepción de los mendigos. La única luz que iluminaba a la joven se apagó por completo. Y así la calle se encontró en una total oscuridad.
A las 22:40 apareció un camión. Por un instante, la joven pareció percartarse en dónde se encontraba y cuál fue el motivo por el cual no regresó a casa. El camión se acercaba. Ella se levantó, bajó los brazos, movió las piernas y, con los ojos cerrados, cruzó la calle mientras el camión le venía encima.
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