Caminaba por las calles de noche, como siempre lo hacía. Era lo único no monótono que realizaba en su vida. Todo empezó aquella tarde cuando unos amigos lo invitaron a salir y…
-Vamos, será divertido.
Se encogió de hombros.
-Si tú lo dices.
-Genial. A las siete en la Avenida Mendieta.
Su amigo se fue. El suspiró. No quería ir, pero accedió solo para no quedar mal.
El estaba puntual a las siete esperando a sus amigos. Esperó y esperó, pero ninguno se presentó. Estaba enojado.
-¿Dónde estarán? –se preguntaba. Miró su reloj. Siete con quince. Pensó en volver a casa, ya que una parte de él le decía que ya había sido demasiada humillación por un día. Pero otra parte le decía que no lo hiciera, ya que no había salido de su casa de puro gusto. Así que empezó a caminar solo, sin nada más que la luna y las estrellas como compañía, por las solitarias calles de la ciudad.
…bueno, ese fue el primero de muchos paseos nocturnos que realizaría.
Las calles eran iluminadas míseramente por unos faroles, los vehículos apenas si circulaban, y aparte de él no había otra alma por el lugar. La soledad que imperaba producía una gran melancolía que te llenaba el pecho de una sensación indescriptible (combinación de paz y tristeza a la vez).
Llegó al parque. Había unos chicos peludos practicando skatebording en una trampa improvisada. El se puso a cierta distancia de ellos. Disfrutaba verlos practicar ese deporte porque le causaba risa. Golpes, choques, resbalones y caídas eran cosas de todos los días. El se reía en su interior y de vez en cuando sonreía. Esto era de lo poco en su vida que le causaba gracia, aunque a veces realizaban y les salían trucos que impresionarían hasta a un profesional. El les aplaudía, aunque raramente.
Pero ese día terminaron temprano y se fueron. El se sorprendió. Tal vez los chicos ya se cansaron de sus burlas y no querían seguir siendo su espectáculo. Siguió caminando. No se oía ningún ruido más que el de sus pasos. Se sentía como dueño de la noche. El era el rey y el silencio su reino. Mientras cerraba sus ojos para fantasear en eso, oyó los gritos de una mujer.
-¡Socorro! –Gritaba- ¡Socorro, alguien que me ayude!
Se detuvo. Trataba de encontrar el lugar de donde provenían. Los volvió a oír. Corrió hacia ellos. Llegó a un callejón, donde un ladrón amenazaba con una navaja a una joven mujer.
-¡Socorro, ayúdenme!
-No malgaste su bella voz señorita, nadie la va a oír. Déme todo lo que tenga o la cosa se pondrá fea.
-¡Nunca!
-Bien, bien, como usted quiera.
La joven retrocedió hasta la pared. El ladrón se acercó a ella.
-¡Aléjese, aléjese!
-Es inútil…
-Dijo que te alejaras.
El ladrón se volteó. Nuestro personaje estaba al principio del callejón.
-¿Y quién lo dice?
-Lo digo yo –se empezó a acercar al ladrón-. Tienes dos segundos para irte.
-¿O si no qué?
-Te las verás conmigo.
-¡Ay si, ay si. Mira como tiemblo!
El ladrón le iba a dar un puñetazo en el rostro, pero lo detuvo. Trató de apuñalarlo con la navaja, pero se la agarró.
Nuestro hombre le dio un rodillazo en el estómago. El ladrón llevó sus manos a su estómago. Nuestro individuo le dio un golpe que llevó al ladrón al suelo y a soltar su navaja. Nuestro sujeto puso al ladrón contra la pared y le puso la navaja al cuello.
-Ahora escúchame idiota. Si le llegas a tocar aunque sea un cabello a esta mujer te vas a arrepentir. ¿Entendiste?
El ladrón asintió con la cabeza. Nuestro héroe lo tiró contra unos botes de basura. Respiraba agitado (el ladrón) por el miedo que sentía.
-Ahora tienes dos segundos para largarte antes de que me arrepienta. Uno…
El ladrón se levantó y huyó corriendo del lugar. La mujer estaba asustada. El sonrió y dijo en tono sutil:
-Estas no son horas para que una bella damisela como usted ande sola por este lugar, ¿no lo cree?
Ella se acercó a él.
-Gracias por salvarme.
-No hay de que.
-¿Cómo podré agradecérselo?
-Agradecer no es una obligación.
-Es cierto.
La mujer se acercó a su mejilla derecha y le dio un beso. Después le entregó un papelito en su mano.
-Llámame.
-Lo haré.
La joven sonrió y se alejó caminando. El la siguió con la mirada hasta que ya no la vio. Sonrió.
-Amo la noche –dijo mientras guardaba el número de la joven en un bolsillo de su pantalón y continuaba con su paseo.
FIN |