Subsecretaria de Objetos Perdidos
Se había creado hacía más de cinco años. Dependiendo del Ministerio del olvido, la Subsecretaría de Objetos Perdidos fue una ambiciosa iniciativa por parte del altruismo de unos jóvenes idealistas, que vieron plasmar el ello sus sueños de un mundo mejor: el del reencuentro.
La sorpresa fue la poca aceptación por parte del público, que de la curiosidad inicial, vio mermarse su concurrencia hasta casi desaparecer. Y no fue por el desempeño de la institución.
En el poco tiempo que funcionaba habían encontrado infinidad de objetos, que fueron devueltos a sus dueños.
Lo que resultaba sorprendente es que en el espacio dedicado a los sentimientos se seguían acumulando sin que sus descuidados dueños ni siquiera se acercaran a recuperarlos.
Los habíamos catalogados minuciosamente por categorías. Los que más abundaban eran la esperanza y la inocencia.
Con el amor pasaba algo singular, si bien muchos perdían el suyo, en nuestras oficinas rara vez aparecían personas diciendo que habían encontrado algún amor perdido, y más extraño aún, eran que los vinieran a buscar. Parecía que no necesitaban de nuestros servicios.
Lo que casi no teníamos en nuestros depósitos era odios y rencores bienes que aparecían como muy arraigados en los hombres y que por extrañas circunstancias rara vez perdían.
Otros más osados traían sus miedos, para deshacerse de ellos, algo que estaba estrictamente vedado por las normas de la institución.
Solo una vez ocurrió algo sorprendente, cuando un niño de unos diez años se presentó una mañana fría de otoño en nuestras oficinas.
-Buenos días,¿Qué te trae por aquí?
El niño cabizbajo, con una mezcla de desparpajo y timidez no emitía palabra.
-¿Cómo te llamas?
-Martín.- susurró el pequeño.
-¿Que estas buscando?
-No se si la perdí o nunca la tuve, solamente quiero recuperar mi vida. Siempre estuve en la calle buscando lo que los otros desechaban y hoy vengo con la intención de hacer lo mismo.
Nos miramos con mi compañero y omitiendo los pasos que se requieren para estas circunstancias, decidimos devolver a aquel niño lo que la vida le había negado.
Fuimos a devolverle la inocencia y la esperanza pero nos dimos cuenta de que le sobraban; no cualquiera puede apersonarse a la oficina si no dispusiera de ellas.
Había perdido el amor, de madre, de hermano, amor por el otro, amor por si mismo y que a pesar de ello no encontramos odio ni rencor, tal vez la cara amarga al amor ausente.
Y no pudimos hallarle aquel sentimiento que muchos pierden y que ninguno abandona.
Fue en ese momento en que perdimos la fe, dominada por la impotencia de no poder hacer feliz a un niño.
OTREBLA
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