CUENTO DE LOS DOS QUIJOTES
Don Quijote a veces
sale de los libros
por tomar el aire
claro del camino...
Caballero andante,
valeroso, digno,
que embistió gigantes
brazos de molino.
Siglos lleva ya,
siglos, lleva siglos
entre editoriales,
entre linotipos,
entre letra y letra,
entre signo y signo,
entre las solapas
y los pergaminos.
(Siempre que Quijote
sale de los libros
va buscando un aire
limpio, limpio, limpio...)
Al llegar a un pueblo
le detiene un niño
que le dice: --¿Puedo
conversar contigo,
valeroso hidalgo?
"Puedes, puedes, hijo",
dice el caballero
medio enternecido.
Luego, el niño empieza:
-- Quiero ser tu amigo,
quiero ser tan grande
como tú lo has sido
deshaciendo entuertos
y a mi espada fío
redoblar la fuerza
de los desvalidos.
Si una viuda llora,
antes que el suspiro
llegará la mano
de este peregrino;
si un anciano cae
entre malhechores...
¡de seguro vengo
vadeando el río!
El hidalgo
no encuentra palabras...
Dice al final:
-- ¡Sea como quieres,
como lo has pedido!
Nunca un buen deseo
yo le niego a un niño.
¡Salve, caballero
de los nuevos siglos!
¡Para nuevos tiempos,
nuevos desafíos!
¡Quiso Dios que en época
de mayor peligro...
cuando el hombre tiembla,
se levanten niños!
¡No deshonres nunca
tu palabra, nunca!
¡Cumple, siempre siempre
con lo prometido!
¡Ante mí levantas
del honor las actas!
¡Rocinante y Sancho,
sirvan de testigos!
Don Quijote, entonces,
sale del camino
y regresa al dulce
sueño de los libros
porque Dulcinea
-dice- le ha llamado
y él al mismo cielo
prometió su cuido.
“Y si te he pedido
que tú cumplas siempre,
por nada del mundo
desdiré lo dicho”.
Se despiden.
Lleno
de emoción guerrera,
con el pecho ardiendo
se ha quedado el niño
que agrandó la noche
con sus pensamientos
y sin darse cuenta
se quedó dormido.
Este cuento cuento,
pero en este punto
siempre mi relato
doy por concluido,
pero hay otra parte,
la que me reservo,
la que nunca cuento,
la que nunca he dicho,
que por ser quien eres,
porque te enterneces
y porque eres bueno
la diré, contigo:
Don Quijote, al irse,
cuando dio la vuelta,
de emoción ardiente
se alumbró lo mismo,
porque más allá
de los sufrimientos
los quijotes tienen
corazón de niño.
Y cuando el pequeño
cierra los dos ojos,
da en volverse el otro
por armarle…, digo,
y al hallarlo quieto,
tan santificado,
sólo una pregunta
le acercó al oído:
-- Si despierto sueñas,
soñando de veras
¿cuáles sueños sueñas
tú, caballerito?
Leopoldo Minaya
|