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A Joaquín, como a muchos otros durante toda la historia de la humanidad, le fascinaba el cielo nocturno. Le despertaba una curiosidad que pocas otras cosas en el mundo lograban. Podía quedarse mirando las estrellas por varias horas, incluso, más de una vez se quedó dormido tumbado en su patio por observar los astros.

El universo le despertaba en él una serie de emociones que no era capaz de describir. No solo le interesaban los aspectos científicos, se sentía atraído por él desde un plano que podría llegar a considerarse filosófico. Lo asombraba su inmensidad, el concepto de lo infinito le generaba inquietudes, dudas, replanteos sobre sí mismo y sobre lo que los hombres creen ya definido que de ninguna otra forma se le hubiesen ocurrido. El vasto universo era para él una fuente de inspiración, y al mismo tiempo un refugio de los dilemas diarios. Cualquier problema que él pudiera tener, desde la perspectiva del universo era insignificante, y de alguna forma eso lo tranquilizaba. Simplemente iba a su jardín junto con su perro Beef y se sentaban juntos mirando las estrellas. Un rato de exposición al vasto infinito le hacía olvidar de sus problemas.

Hubo un día que marcó la vida de Joaquín. El 15 de Noviembre del 2013 una llamada lo distrajo de sus quehaceres diarios en la universidad. Su madre lo llamó entre lágrimas y sollozos, lo único que pudo entender con claridad de esa llamada fue "Beef" lo que bastó para que partiera como un rayo hacia su hogar.

Su madre lo recibió con un abrazo y una noticia que le partió el alma en dos. Beef, el perro con el que había pasado toda su adolescencia había partido. El bonachón mastín ingles sufrió de un ataque al corazón del que no se pudo recuperar. Joaquín amaba a ese perro, no era solo su mascota, era su más fiel compañero.

Esa noche no fue la excepción. Joaquín fue a buscar consuelo en el cielo... pero esta vez no lo encontró. Se dio cuenta que todas las noches él había estado acompañado de el buen Beef. Lo único que pudo pensar esa noche fue en lo egoístas que son los perros, quienes nos acostumbran a una vida con ellos, para esfumarse como arena entre las manos, dejando un vacío muy grande dentro nuestro. Algunas personas seguro pensaran que estaba exagerando, pero él así lo creía. Beef, su fiel amigo, se había llevado consigo el regocijo del cielo nocturno.

Los días pasaron, y con ellos los meses, para dar lugar a los años. En enero de 2015 Joaquín se fue a vacacionar junto con un grupo de amigos a las montañas. El paisaje lo deslumbró, y las aventuras junto a sus amigos le proporcionaron unas cuantas carcajadas.

Como cualquier grupo de amigos hombres jóvenes, una de las principales misiones que tenían era encontrar un grupo de chicas con las que pasar el rato durante esas vacaciones. El trabajo no tardo en completarse, después de todo eran un grupo muy sociable y divertido que solía caer simpático en la mayoría de las personas.

Invitaron a las jóvenes a su campamento para una fiesta al aire libre al anochecer y ellas acudieron. Bailaron, se rieron y se fueron conociendo entre ellos durante toda la noche. Al salir el sol, las muchachas decidieron volver a su campamento, dejando la promesa de que esa misma noche volverían a verse.

Y así fue. Las chicas llegaron y la fiesta comenzó nuevamente. Joaquín estaba disfrutando de las mejores vacaciones de su vida. En un momento de la noche vio como dos de las muchachas señalaban el cielo y hacían comentarios. Recordó con una sonrisa los momentos que pasó con Beef observando los astros, así que decidió acercárseles para unirse a la conversación.

-Que están viendo?- Preguntó Joaquín

-Las estrellas! Mira que bien se ven en el campamento! En la ciudad no llegamos a ver ni la mitad de las que se ven acá.- Dijo Mariana, una joven morocha, petiza, de sonrisa encantadora y ojos azules como el mar.

-Vieron? A mí me encanta ver las estrellas. De chiquito me había aprendido algunas constelaciones, todavía me acuerdo. Hacía bastante tiempo que no me ponía a verlas.- Dijo Joaquín.

-Los dejo a los dos astronautas en paz!- Dijo Julia, una rubia alta, y se fue riendo y bailando a otra parte del campamento.

-Que tonta que es! jajaja. En serio te gusta ver las estrellas? A mí me encanta! Pero nunca aprendí ninguna constelación.- Replicó Mariana

-Esa de ahí, ves? Las tres más brillantes alineadas? Forman Orión. Esas de ahí la osa mayor...

La conversación se mantuvo por horas. Mientras el resto bailaba, bebía y se reía. Joaquín y Mariana miraban el cielo asombrados. Después de tanto tiempo, él pudo levantar la vista al cielo nocturno y revivir algunas de las sensaciones que sentía hace unos años, pero se dio cuenta, asombrado, que la mayor parte del tiempo no la ocupó mirando los astros... A partir de esa noche no necesito más del cielo nocturno para refugiarse de sus problemas. Los ojos de Mariana fueron su nueva fuente de infinidad e inspiración, una aún más fuerte que el vasto cosmos, y su sonrisa él único refugió que necesitaba.

Texto agregado el 30-05-2015, y leído por 104 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-05-2015 Me gusta tu forma de narrar:es facil,clara y atrapa.Muy bella historia.Un Abrazo. gafer
30-05-2015 Linda historia . autumn_cedar
 
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