Se había encontrado en la calle, tambaleante. En su memoria enormes agujeros que se tragaron los acontecimientos más recientes. Se había comido algunos huevos duros y jamón, un café de gusto perverso, y había ido na vomitar el alma a un toilette ordinario. Un hombre de acento extranjero tan borraccho como ella. Incierta si era aquella noche o la siguiente. Si era esta última, entonces no era en grado de saber cómo había terminado la anterior.
Bebían juntos en un local fumoso con mucho jazz y, delante a todos él le pasaba la mano por el trasero y sobre el seno, con aire de patrón satisfecho. Alguien le hizo una observación y el asunto terminó a golpes.
Afuera llovía a cántaros y ellos caminaban abrazados. Ella era borracha, ardiente y triste. Se fueron a un hotel.
El hombre había bebido demasiado, pero se obstinaba en llegar al por consiguiente y pedía cooperación a su compañera. Agotada, con vértigos, ella caía al sueño cada cinco minutos y también el hombre había terminado por hundirse.