Colinas y una suave luz que entre ellas asoma,
la nota de la noche, traza imágenes forzosas
de suaves recorridos que se pueden emprender.
Los cristales tornasolan un atisbo de temblores,
cuyo destino son reveladoras cumbres erguidas.
Intentando retener esas imágenes fragmentarias,
con suaves pinceladas, dedos rodean su contorno,
presagiando migraciones hacia un esperado final.
Entre tibios alientos de palabras, dichas al oído,
los inseparables lobos del apetito se reivindican
amos del viento, la lluvia, la fatiga y la tormenta
que, ególatras, se aprestan a desatar en un segundo.
Alejada la quietud nocturna por el repentino roce,
el momento soberbio del delirio da su respuesta.
Se inventan pasajes secretos para alcanzar el valle,
en suspenso, el unicornio inicia su viaje a lo vacante,
guiado por hechos concretos que, certeros, lo guían.
Entrará en húmedas entrañas, mágicas y cordiales,
deseoso de vivir allí en un perdurable para siempre,
sabiendo que se agotará en combates aprovechados
por ese océano que lo dejo amarrar en su descanso.
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