Aquello bullía que ni Toledo en sus mejores tiempos de convivencia racial. Pero más arrebujado y sin tanta oficialidad. Hasta cuatro credos contaba uno, cuando no estaba ofuscado por sustancia obnubilar. La oficial, con iglesia instalada, competía con las del público descreído en general.
Y no es que no diera grima ver al Nazareno extendido todo lo largo y sujeto con tres clavos desafiando la gravedad, pero la propia localidad contaba con sus propios muertos jóvenes oficiales también en estricta impunidad.
E incluso los más bizarros prescindían de lo que consideraban hipócritas vendettas sobre la base de ver en tales episodios el efecto de la competencia humana y poco más.
Pues bien, dentro de este capítulo de personal, teníamos también divergencia: los que pensaban que la vida era un asunto intelectual y los que centraban en la palabra descojone todas sus aspiraciones y creencias. No sé si está bien decirlo pero yo me adscribía a la segunda- de las dos últimas. Era un acólito respetuoso, no se vayan a pensar. Pero esto tampoco suponía que a tales alturas vitales me fueran indiferentes las vicisitudes de gentes que se metían en líos sin que nadie los llamara.
En definitiva, cuatro como digo, haciendo las abstracciones debidas y empleando una sutileza que quizá no fuera compartida, pero no por ello menos real. Y es que obedecen a categorías lógicas, en esto que podríamos denominar escala gradual. Que la vida en el fondo no es mucho más que la introducción de valores para separar lo accesorio de lo principal. Pues bien, ahí radicaba mi apreciación.
Estaban los soldados de Cristo- amantes del arte en su versión escultórica y pictórica- depositarios de una fe mística en una familia que nadie había conocido pero de la que se declaraban cercanos en parentesco, más que nada por las muestras de efusión de que hacían gala; los de sus propios muertos- más realistas, qué duda cabe; los intelectuales, para los que la vida era un proceso alambicado de comunicación y significado; y nosotros, los que nos gustaba descojonarnos de los demás( para cuando toque que lo sea de nosotros- apostillaba uno).
Qué duda cabe que los de los tres grupos últimos no contábamos con templo oficial. Los segundos, por asimilación, se adscribían al de Cristo- los afines por ideología, claro- pues los de los muertos a manos de los acólitos del Mesías, como que no. Los intelectivos campaban por sus reales ramoneando por las esquinas. Y, por fin, los aficionados a la comedia ajena preferíamos partirnos de la risa en la soledad. Concretamente a uno no era raro oírle carcajeando en mitad de la noche desde la calle. Tanto era así que a veces, por el buen tiempo, congregaba público como lo haría un concertista. Un buen concertista por las muestras de afición con que me obsequian mis paisanos.
Pero a lo que iba: es mi pueblo un Toledo redivivo en que convivimos distintas culturas sin mayores roces que pequeñas afrentas que se resuelven por vía simbólica, hasta que no, claro, hasta que revientan las cañerías y se sale el agua, como por demás, quiero creer ocurre en todo el mundo en general.
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