Dios mío, quítame de pobre que lo feo y lo viejo es lo de menos…
La historia de mi vida puede contarse con una sola palabra: pobreza. Falta de dinero, que aunque es mal de muchos no deja por lo mismo de ser consuelo de tontos. Soy habitante de una pequeña ciudad cuyo nombre me reservo, en el altiplano de México, con muy buen clima y donde la iglesia católica, por fortuna, marca nuestro diario vivir. Mis abuelos maternos eran dueños de una miscelánea con un mediocre rendimiento y que al final fracasó. Tuvieron dos hijos. Su hijo mayor, mi tío Jesús María, que les ayudó desde pequeño y salió bueno para los centavos, actualmente es el dueño del “bazar don Chuma”. En dicho bazar se dedica con alegría y entusiasmo a expoliar a la pobre gente necesitada y aunque él es de misa diaria, tiene muy claro que una cosa es la iglesia y otra los negocios.
Mi madre, en paz descanse, cuyo nacimiento, llegó tarde y sin esperarlo, cuando su hermano mayor ya tenía 20 años, fue la otra hija de mis abuelos, con un corazón generoso en contraste con su escasa belleza física. Como toda muchacha en su juventud, tuvo ilusiones de las que se aprovechó un agente viajero que llegó al pueblo, éste le ofreció el cielo y las estrellas y sólo le dejó un embarazo. A este señor jamás se le volvió a ver. ¡Imagínense! Una madre soltera en un medio super conservador. Por fortuna para ella la iglesia la recogió y pasó a ser la criada, con poco sueldo, de la parroquia, donde le habilitaron un pequeño alojamiento. Por lo tanto yo me crie en el recinto eclesial.
Para mí todo estuvo bien, y se suponía que yo ingresaría al seminario después de la secundaria, pero no tenía la vocación sacerdotal. Por lo que entré a la universidad de los pobres: la escuela comercial del lugar. A los 18 años tenía un “flamante” diploma de técnico contable y nada de trabajo. Además mi pobre madre fue llamada por el Señor. Yo fui de arrimado con mi tío, don Chuma, que me dio un trabajo de “mil usos” por aquello del qué dirán de la sociedad pueblerina.
Muchos dirán que cuando menos tenía un lugar para vivir y mis comidas diarias a cambió de un trabajo “de negros” con escasa remuneración. Y es cierto, por ese lado no me quejo, mi problema es que saqué la fealdad de mi familia materna por lo que nunca con las féminas he despertado pasiones tormentosas y si le añaden la falta de numerario, del cochino dinero que tanta falta hace, mi porvenir no tenía nada de brillante. Así se me han ido los años y ya soy cuarentón por desgracia cada vez me acerco más a la cincuentena.
Mi tío, con un instinto comercial nato, además de un alma negra, como el demonio, propia de los que se dedican al agio, se ha adueñado de ranchos, propiedades y valores. Es tan listo que con los malandros del crimen organizado que hay en todo lugar de la República Mexicana, se ha hecho socio de ellos lavándoles su mal habido dinero y ha corrido la voz de que ha testado a favor de la parroquia del lugar. Así mata dos pájaros de un tiro, como vulgarmente se dice. En primer lugar evita que las dos “viejas” de las que se ha divorciado y yo como único familiar vivo reclamen algo a su muerte, o lo que sería peor: que alguien se encargara de mandarlo al meritito infierno al que debe ir, cuando palme el equipo. En segundo lugar le da derecho de ir a gorrear el chocolate con el párroco del lugar todos los jueves en la tarde. Su único problema es que pronto cumplirá 90 años de edad, pero con una salud de hierro.
Pensarás que tu existencia ha sido todo un éxito, desde pequeño tus negocios han fructificado sin problemas. No estarás de acuerdo con lo que dijo el sacerdote en la misa sobre los pecados capitales. Puras zarandajas lo que dijo este hombre de la iglesia. Qué la avaricia es mala y cosas por el estilo, sólo le faltó decir: “el ejemplo es don Chuma”. Claro que te ha puesto a pensar y recordarás sus palabras:
“El buen padre Ripalda decía en su olvidado Catecismo que la envidia es “la tristeza del bien ajeno”. Pecado es éste el más triste de todos, pues los demás deparan al pecador cierto deleite: el perezoso disfruta de su holganza; el goloso es feliz con sus hartazgos; el iracundo desfoga su rabia con sádico placer; al soberbio lo ufanan sus vanidades. Al lujurioso —de intención lo pongo aparte, pues es el que mayores goces goza— su lujuria le ofrece delectaciones inefables. Pero el envidioso no siente más que tristeza; en su pecado no hay alegría alguna, disfrute o regodeo. Más aún: sin quererlo rinde homenaje al envidiado. Y el otro nefasto que le sigue es la avaricia, aunque el avaro se goza contando sus riquezas pero muchas veces hace daño a los demás.”
Le pedirás a Diosito que te libre de ser envidioso, desde luego pensarás que no eres avaro para nada. Y en cuanto a la lujuria, que no te la quite, y más ahora que por casualidad —tú que nunca lees— has tomado una novela de tu sobrino que te llamó la atención: “Memoria de mis putas tristes” del escritor Gabriel García Márquez y que empieza diciendo: “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen.”
¿Y por qué no? Dentro de dos meses cumplirás esos 90 años que en honor a la verdad han sido para ti de éxitos económicos, así que te darás un gustito con una bella dama, desde luego adolescente y virgen. El dinero todo lo puede, y aprovecharás que aún te queda fuerza viril. Le hablarás a Panchita, la madrota amiga tuya.
—Creerás que el sobrino de don Chuma, ese que tiene de “gato”, se atrevió a coquetear conmigo —dijo Flor Alicia.
—Bueno, es que esa es tu costumbre. A todos les das entrada. —comentó la amiga.
—Claro, pero no estoy loca, este señor además de feo está re-viejo y lo que es peor no tiene donde caerse muerto —y profirió una alegre carcajada.
—Es cierto, el tío no le dejará nada.
Flor Alicia, la hija del notario de lugar, ya cerca de los 30 años, pero con una belleza aún floreciente se puso a pensar que en el pueblo ya la consideraban una “solterona quedada” y que seguiría en la notaria como secretaria ahora con su padre y después con su hermano el abogado. No era un pensamiento agradable, y en este pueblo rabón en que vivía no había ningún partido disponible, pero ella se casaría a como diera lugar, el problema es que no sabía cómo y con quién.
El elegante bar del hotel Estrella se encontraba alumbrado con una luz suave que no lastimaba los ojos y permitía a los parroquianos platicar con tranquilidad y como fondo una música ligera con un volumen adecuado para relajarse. Fuera del hotel caía una lluvia pertinaz que mojaba al risueño poblado desde hacía una semana. Dos amigos que tenían tiempo sin verse, cada uno con un vaso de whisky en la mano, estaban poniéndose al día de los sucesos que les interesaban.
—Te voy a contar el chisme tal como me lo contaron a mí —dijo un amigo.
— ¿Qué pasó?
—Pues don Chuma, el “agiote” más desalmado de la región, se murió en la suerte suprema.
— ¿Cómo?
—El viejo libidinoso le había pedido a Panchita, la dueña del burdel “El zumbido” que le consiguiera una adolescente virgen para pasar una noche de amor loco. Así como te le cuento. ¿Tú crees? De donde diablos en la actualidad se consigue una virgen. La chava que le dio el servicio es a la que le dicen “la mantequilla” por lo resbalosa, la disfrazaron de colegiala y, ¡órale! Para que el viejo carcamal no se diera cuenta de que ella no era juguete nuevo, que traquetea bien y bonito al vejete y éste como dijo el poeta (1): montado en potra de nácar/ sin bridas y sin espuelas, que se queda en la suerte.
— ¡Ah jijo! Ha de haber sido un escándalo, ¿cómo le hicieron para salir del lío?
—Fácil, recuerda que el viejo tenía un chorro de influencias, ellos se encargaron, no me preguntes quienes, ya te lo imaginarás, de resolver el problema.
—Oye, también he oído que hubo un pleito con el párroco de aquí, ¿cómo estuvo?
—El viejo loco no pensaba morirse nunca, así que no dejó testamento. Lo buscó el párroco en la notaría pues creía que toda “la lana” se la había dejado a la parroquia. Y nanay, pura madre de testamento.
— ¿Y quién fue el ganón?
—Pues el sobrino que declaró el intestado con ayuda de Flor Alicia, la hija del notario.
— ¡Ah caray! Esa chava también tiene su historia.
—Desde luego, ha pasado por las armas de muchos compas en el pueblo. Sólo que ahora es mujer decente, se acaba de casar con el sobrino que quedó forrado en billetes.
1. Federico García Lorca. Poeta español. La casada infiel.
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