En los pasillos olvidados de una biblioteca, una niña lloraba en silencio detrás de libros viejos y memorias olvidadas. Ella no solía interesarse mucho por la lectura, sin embargo, encontró en aquel lugar de silencios, el sitio perfecto para refugiarse de aquel mundo tan terrible en el que estaba. Cada momento que podía, se escapaba de clases para acudir a ese viejo cementerio de letras perdidas, de cierta manera sentía que estando ahí, nada malo podía pasarle. Tomaba un libro cualquiera y lo empezaba a hojear sin mucho interés. En ocasiones, solía derramar algunas lágrimas entre aquellas páginas viejas y carcomidas por el tiempo. El dolor que sentía en su alma se esparcía como un cáncer entre las cicatrices de su corazón; jamás entendió por que la trataban así, porque tenían tanto odio hacia ella si nunca les había hecho nada; por lo menos con su familia lo entendía; por su culpa vivían en la miseria o por lo menos eso le había dicho su madre cuando su padre, en un impulso de total egoísmo decidió abandonarlas. Había momentos en los que sentía que merecía todo ese odio hacia su persona por ser diferente, por hablar una lengua que nadie conocía o por lo menos nadie de su nueva escuela. Cuando las primeras burlar empezaron a sonar con su amargo dolor, quiso arrepentirse de haber hablado así pero ya era demasiado tarde; aquella forma tan hermosa de hablar que con tanta fluidez solía usar con su familia, se convertía ahora en el causante de sus problemas, provocaba todo ese sufrimiento que sentía.
Con el tiempo, acostumbrada ya a la burla y desprecio de sus compañeros; a las malas bromas y a la soledad que viven las personas rotas, empezó a adquirir cierto gusto por los libros, de alguna manera encontraba en ellos los amigos que con tanto anhelo quería tener, las palabras que muchas veces hubiera querido escuchar de su madre, pero sobre todo, encontraba en ellos un escape para su dolor, para su angustia, para su tormento. Un día encontró un libro que llamo mucho su atención porque no tenía titulo, al principio creyó que se trataba de un error de impresión o que se había borrado con los años, pero el libro parecía nuevo, como si estuviera recién hecho. Sin aguantar más la curiosidad decidió abrirlo, las hojas eran muy suaves y ligeras; el olor que tenia le parecía un tanto peculiar y agradable, pero lo que más le llamo la atención fue que estaba en blanco, no exista ningún párrafo, ninguna frase, ni siquiera una oración o algún indicio de su existencia a excepción de la primera pagina que solo tenía una palabra; la cual se enmarcaba con soberbia sobre aquel lienzo en blanco y que al leerla le incitaba a responder de la misma manera; un simple “hola”. Una idea fugaz e interesante cruzo por su mente, ya que el libro estaba en blanco y no parecía tener ningún dueño o alguna editorial que lo reclamase, decidió aventurarse a responder el cordial saludo, que aunque sencillo, lo encontraba halagador. Tomo la única pluma que tenía y se dispuso a escribir un saludo. Eso era lo más cercano a una conversación que hubiese tenido desde que llego a esa escuela, pues nadie más le había saludado antes. Por un momento llego a creer que no estaba tan sola como sentía, que tal vez aun existían esas personas buenas que mencionaban los libros. La campana sonó y antes de regresar a su salón, dejo el libro en el mismo lugar que lo encontró mientras pensaba que tal vez, eso era lo más cercano a un amigo que hubiese tenido.
A la mañana siguiente, después de las primeras clases y de las primeras burlas del día, corrió aprisa hacia la biblioteca, ahora tenía una razón más por la cual ir, su amigo invisible escondido entre las páginas vacías de aquel libro sin nombre, le esperaba. Una parte de ella le decía que nadie respondería, aunque muy en el fondo quería que no fuese así. Con un poco de miedo tomo el libro y empezó a abrir sus páginas lentamente. Su asombro hizo que se le escapase una ligera sonrisa llena de alegría. Le habían respondido, de inmediato busco las palabras adecuadas para continuar una plática mágica con un libro encantado.
Su estancia en la escuela ya no le era tan difícil, de cierta manera se sentía feliz, había encontrado alguien con quien platicar, no importaba que fuese un libro, pues para una persona sola, la más ligera muestra de atención es capaz de llenarles el corazón de alegría. Muy pronto comenzaron a hacerse más íntimos. Se contaban casi todo, sin embargo, tenía miedo de contarle lo que le hacían en su salón, tan solo le decía como se sentía, como había ocasiones en que no podía soportar tanto sufrimiento y que incluso llego a pensar en terminar con su vida. Tenía miedo de su propio dolor, al cual creía ya haberse acostumbrado y que empezaba a ignorar como un gesto de supervivencia. El libro siempre le respondía al día siguiente; el también le contaba cómo se sentía y a pesar de nunca haberse visto, sus corazones se empezaron a unir. Los dos eran personas fragmentadas por el dolor.
Una día en medio de sus furtivas platicas ella le pegunto quien era y el solo se limito a responderle que era un chico infeliz que conocía el cruel rostro de la aflicción; le contaba que igual se sentía solo, desesperado, que muchas veces los problemas en su casa eran tan grandes que prefería salirse de ella y no regresar por un buen rato. Sin darse cuenta, los sentimientos de amistad que había entre ellos empezaron a convertirse en amor y aunque jamás se habían dicho sus nombres, los lazos que los unían se hacían más y más fuertes.
Con todo el valor que pudo juntar, decidió escribirle a aquel chico, que se había enamorado de él. Él le contesto que se sentía de la misma manera y le hacia una propuesta sencilla; conocerse en persona. Llenos de emoción planearon un encuentro, un momento donde pudieran verse cara a cara y así quedo pactado que al día siguiente se encontrarían en la biblioteca cuando terminaran las clases que era la hora a la que él iba en busca del libro de sus recuerdos.
Ese día las nubes tenían una peculiar forma, las hojas muertas de los arboles jugaban ligeras con la suave brisa; la tenue luz que el sol brindaba, hacia que las sombras tuvieran miedo de desparecer. Y a lo lejos una chica silenciosa entraba a la biblioteca escolar con un corazón lleno de esperanza, alegría, miedo y emoción, no le importaba que hace algunas horas un grupo de chicos la hubiera golpeado hasta casi desmayarla, la idea de encontrarse con su chico ideal le daba las fuerzas que necesitaba. La hora acordada estaba por llegar a su fin, ella se sentó en el lugar de siempre esperando paciente. la luz de la entrada no dejaba ver muy bien el rostro de su tan esperado príncipe y cuando al fin llego, un silencio tan profundo como los abismos lleno el lugar, su sonrisa se desvanecía como si se la hubieran arrancado a pedazos, su corazón empezó a latir demasiado aprisa, las manos le empezaron a temblar, una angustia insoportable envenenaba su alma, quería gritar pero los sonidos habían huido por el miedo, las lagrimas empezaron a escaparse de tanto dolor y decepción, jamás imagino que las cosas terminarían así. La vida era una porquería – se decía. Del otro lado, un joven conocido por ella lleno de un asombro inimaginable era consumido por la incertidumbre, el desconcierto y el temor. Le pregunto si ella era la que respondía a su libro, pero ya sabía la respuesta, lo noto con la primera lagrima que ella derramo. Él era el chico que siempre se burlaba de ella por como hablaba, que siempre estaba molestándola, él que junto a los demás para golpearla… sin más que decir ella empezó a arrancar una a una las páginas de aquel libro, cuando volvió a mirarlo, pudo notar que las lagrimas de ese joven se escapaban despavoridas por el dolor de su alma, un dolor que los dos conocían perfectamente.
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