La conocí un día como hoy. En casa de sus padres. Pequeña y de ojos alegres. Era hermosa y tan joven. Le gusté, pensé. Todos miraron mis ojos azules y mi estampa juvenil y exitosa para un mundo lleno de soberbia. Yo quería viajar, comerme el mundo de un bocado y sentir que había algo mas para mí. Pero, la joven de ojos alegres me buscaba y llamaba. En sus ojos vi miles de besos esperando mis labios. Salimos a todas partes, solos o cin amigos, no recuerdo. Salimos y salimos. Quise hacerla mía. Ella quiso lo mismo. Quería el contrato de por vida a la previa. La dejé por viajar con el conjuro de un amor eterno. La dejé y mis alas se extendieron. Volé a mis anchas, y en mi viaje quise ser comunista, seguir mis ideales, vivir como un loco y sentir todo en este mundo sin sentido. Pero la chica de ojos alegres me escribió todos los días. Me amaba, me amaba, me amaba y mi alma se hiso suya. Nos unimos ante Dios y los hombre, lejos de su hogar. Los hijos se robaron su pasión. Amé a otras muchas, pero ella siempre estaba, siempre volvía. El tiempo pasaba y mis hijos crecían. El tiempo, siempre el tiempo, el tiempo, el tiempo, pasos redoblados como militar en una guerra infinita. Se llevó tantas cosas el maldito. Mis sueños, mis anhelos y sobre todo, a la chica de ojos alegres. Aunque respiraba a mi lado, tan solo sabía pedir y pedir. La amaba a su forma y circunstancia, pero, también, amaba mis sueños y dentro de mí gritó el poeta. Escribí tanto, tanto, tanto y todo fue por amor. Para la libertad sin dueños. Para la felicidad. Para los niños y gente de todo este planeta, y sentí en mis vuelos, siempre, a la chica de ojos alegres respirando tras mi nuca.
Mis hijos se fueron, quedamos solos y viejos. Y la edad suele llegar con la enfermedad, como una araña que teje sus hilos hasta dejarnos sin movimiento. Nos hace sentir que es muy poco lo que amamos. Sentí todo y tanto, tanto cuando el poeta se hiso mi dueño, cuando dejé que mi alma gritara por mis labios, ensangrentando las hojas en blanco de cada instante. Era mi vida, era un poema sin final y siempre estaba la chica de ojos alegres. Y esta noche en que la muerte le ha llevado, allí queda. Echada sobre una cama desordenada. Fría como el acero. Seca como un papel. No hay ojos, no hay vida, pero siento que aquellos ojos alegres se han metido en mi alma y rie, rie, rie si parar. Y siento que debo echarme al costado de su cuerpo sin vida para escuchar su risa. Y es tan hermoso vivir así, sabiendo que la muerte es como una risa, como los ojos alegres de mi mujer sin vida... |