Uno doble, por favor.
-Claro, enseguida.
-Gracias-dijo ÉL. Colocó en la mesa un cuaderno se tapas de madera, una pluma azul y su suéter negro. Vio poca concurrencia en el café esa mañana. A lo mejor era provocado por un plantón de la Antorcha Campesina sobre Bucareli, tal vez porque eran vacaciones de Semana Santa, tal vez porque el simple hecho de que sea lunes representa un peso mental horrible e inspira a la gente a no salir de donde quiera que se encuentren.
El café la Habana estaba oscuro, no se tomaron la molestia de prender las luces dada la cantidad de comensales.
ÉL recibió su café americano doble, tal como lo pidió. Sólo le puso dos sobrecitos de azúcar. Grave error. La cantidad de cafeína que tenía aquél americano era tal que podías pasar dos noches en vela sin parpadear. Al primer sorbo le pareció horrible, hasta le dolió la cabeza, o parecía que le dolió la cabeza. Dejó atrás ése menester y se puso a escribir en la libreta de tapas de madera. A lo mejor escribía un capítulo de alguna novela, algún cuento, tal vez el borrador de una carta para ELLA.
Se armó de valor y le dio otra probada al café. Buaj, fue lo único que dijo en voz baja. Se concentró en su escrito a pesar de la sensación de vomitar.
Tal vez no debería de estar aquí, pensaba ÉL.
Un aire frío entró por la puerta principal tirando algunas servilletas que ÉL había puesto al lado de su taza. A un señor a una mesa de distancia le tiró su periódico. Era LA JORNADA y en la portada salía Videgaray advirtiendo sobre los recortes al presupuesto por la caída de los precios del petróleo.
Le ayudó a recoger el rotativo, de ésa manera vio la portada, y regresó a su asiento donde un americano doble con dos de azúcar lo esperaba.
El viento parecía era señal de una tragedia, a lo mejor de proporciones incalculables.
A los 20 minutos de haber entrado una pareja, o lo que parecía ser una pareja, entró al café con el nombre de la capital cubana. Uno era alto, pelo largo, barba crecida de la barbilla a la parte superior del cuello, lentes que se veía a leguas nunca limpiaba, encorvado, alto, brazos y piernas largas, vestido con playera negra, bluejeans y tenis del mismo color que la playera. La otra, chaparrita, cabello recortado a dos volúmenes... a partir de eso sintió que un revoltijo en el estómago. El café cargado (cargadísimo) le provocó malestar estomacal, pero aquello le provocó un dolor más fuerte.
A pesar de eso esperó a ver qué hacían aquéllos dos. Recordó todas y cada una de las novelas de espías que ha visto, intentó copiar alguna de sus técnicas pero sólo pudo realizar la más banal y estúpida de todas: de su mochila sacó CUENTOS SIN PLUMAS de Woody Allen y se lo puso cerca de la nariz. Si fuera detective haría un reporte similar a este:
11:45 am: los individuos se sientan en una mesa junto a una ventana que da a Bucareli. El hombre parlotea y ELLA parece maravillada a cada palabra que dice. ¡Espera! La ha tomado de la mano, ELLA no se opone, se miran, o parece que se miran, están a punto de hacer contacto...
Me largo de aquí, no lo resisto, dijo ÉL. Sacó de su cartera un billete de 50 pesos, llamó a la mesera que lo atendió, le entregó la cuenta, 20 pesos por el café doble, pagó en la caja, le dieron el ticket y salió del lugar hecho una fiera, no le importó y cruzó la calle sin fijarse de un metrobús que atravesaba la avenida Morelos.
¿Adónde mierda voy?, dijo ÉL. Si camino corro el riesgo de morir, así que sólo iré aquí cerca, no sé, el Parque México.
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