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Inicio / Cuenteros Locales / JoseLuis16 / Negro y Café (VIII)

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-Son las dos de la madrugada, maldito inconsciente. ¿Qué coños pretendes?
-Es sólo una entrega nocturna, nada pasará.
-No es que tenga que pasar algo, es que estás pendejo e imbécil.
-El amor es la única imbecilidad envidiable, amigo.
-Pues será el sereno, pero tu dichoso amor me va a sacar ojeras.
-¡Ya! No estés chillando y sígueme.
Pasaron enfrente de una iglesia pintada con un verde asqueroso, el peor tono para un templo. Daban náuseas de sólo verlo. Lo más seguro es que el Cristo que se veneraba ahí llorase no tanto por los pecadores, sino por la fealdad de su casa.
ÉL le dijo a su amigo ¿no te vas a persignar?, ja, pendejo, respondió el otro individuo.
Llegaron hasta el Eje 4 Plutarco Elías Calles. La luz del semáforo estaba en verde pero ante la notoria ausencia de vehículos cruzaron sin problema alguno.
Era lógico. ¿A quién se le ocurre que habrá tránsito a las dos de la mañana?
En la esquina contraria había un grupo de cinco adolescentes decidiendo cuál de ellos entraría al OXXO a pedir un six de Tecate. Vas tú, buey, decían algunos, no, te toca a ti, la otra vez yo saqué el New Mix del Seven, decían otros.
ÉL y el otro individuo continuaron su andar. Playa Encantada, Playa , aquí es, dijo ÉL al arribar a Playa Langosta. Sólo falta encontrar el 279, volvió a decir. Pasaron una casa roja con un pequeño jardín en el cual había una fuente inservible, otra azul con un zaguán enorme y alambrado de seguridad eléctrico, luego una color amarillento-blanco con puerta café claro y afuera de ésta una Jeep rata. Ése era el 279 de Playa Langosta.
Pásame el libro, dijo ÉL. El ejemplar era el primer volumen de la poesía completa de Marcus Tosin, uno de los escritores favoritos de ELLA. Eran 589 páginas de versos sin metro, una de las características de ese autor.
ÉL abrió el pesado libro, sacó un bolígrafo Bic negro y empezó a escribir en la primera página. Puso cosas como te quiero mucho, mi vida o ningún poema expresa lo que siento por ti, algo así. Lo cerró, lo amarró con un pedazo de resorte y lo aventó encima del portón; una vez que oyó cómo caía el pesado libro sintió satisfacción y orgullo. Apenas si dieron unos cuantos pasos cuando oyeron que una puerta se acaba de abrir tras suyo.

Texto agregado el 22-05-2015, y leído por 58 visitantes. (0 votos)


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