Hoy conocí a una persona invisible;
allí sobre la vereda estaba, sin ser notada por nadie.
Bajo el intenso calor, los rayos del sol, que debieron haberla traspasado, quemaban su cara, sus brazos, sus ojos y su dignidad.
La persona invisible deseaba ser notada y agitaba frente a sí un frasco igualmente invisible.
La persona invisible, a pesar de ser invisible, era evitada por los transeúntes.
Me acerque a ella y me observo, pero al parecer yo era invisible, no como la moneda en mi mano la cual era perfectamente vista.
La persona invisible me sonrió con una mueca invisible,
las personas visibles me miraron raro y observaron al espacio vacío con desconfianza.
La persona invisible no pertenece a este mundo y por eso nadie parece verla.
Existen muchas personas invisibles tiradas sobre las veredas,
como los perros, gatos y palomas invisibles que son un borrón en la autopista.
Tal vez cuando empiecen a pudrirse y oler las personas visibles puedan verlas…