Está allí, sentado a la mitad de un salón, en la mitad de alguna ciudad, mirando una pizarra sin sentido, mientras su mente divaga cual cachorro perdido en la jungla. Mira a los lados y no siente calor alguno de los cuerpos a su alrededor. -¿Es que de verdad respiran?- Pensó.

Harto de tanta inútil información, cogió su libreta, llena por nada más que historias y poemas, y salió de aquel cuarto lleno de gente sin vida.

Él comenzó a caminar inquieto, tratando de ver a alguien que de calor, pero nada vio. La desesperación comenzó a recorrer su cuerpo y corrió y corrió sin destino alguno en busca de alguna mirada llena de pasión, pero nada vio.

Él cayó exhausto al suelo y en una columna se recostó. Al borde del llanto estuvo al ver a tantos cuerpos vacíos pasar a unos pocos centímetros de él sin si quiera notar su presencia.

Se levantó y, sin querer, vio en un espejo su reflejo. Él corrió hacia aquel objeto y con una angustia indescriptible se miró. ¡Qué sorpresa se llevó!

Llevo su mano a su pecho, se miró y allí fue cuando lo notó. Sus ojos estaban vacíos al igual que su corazón. Subió aquella mano a su rostro y no sintió ni un poco de calor. Él en ese momento lo supo. Un corazón vacío jamás podrá notar el calor y la pasión.